martes, 28 de octubre de 2014

EL EJERCICIO 2 (con ejemplo)

 2 . Definición de un término filosófico del texto.

a) A partir del texto:
1. Contextualizar el concepto en el fragmento y en la obra.
2. Localizar el término y buscar una definición. 

b) Comentario del uso:
3. Comentar las expresiones en las que se hace referencia al mismo.
4. Comentar su uso y motivo (en el texto y en la obra) 
5. Acabar señalando su repercusión o importancia.

EJEMPLO:

—Pues bien —dije—, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la Idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.
—También yo estoy de acuerdo —dijo—, en el grado en que puedo estarlo.
—Pues bien —dije—, dame también la razón en esto otro: no te extrañes de que los que han llegado a ese punto no quieran ocuparse en asuntos humanos, antes bien, sus almas tienden siempre a permanecer en las alturas, y es natural, creo yo, que así ocurra, al menos si también esto concuerda con la imagen de que se ha hablado.
—Es natural, desde luego —dijo.
—¿Y qué? ¿Crees —dije yo— que haya que extrañarse de que, al pasar un hombre de las contemplaciones divinas a las miserias humanas, se muestre torpe y sumamente ridículo cuando, viendo todavía mal y no hallándose aún suficientemente acostumbrado a las tinieblas que le rodean, se ve obligado a discutir, en los tribunales o en otro lugar cualquiera, acerca de las sombras de lo justo o de las imágenes de que son ellas reflejo y a contender acerca del modo en que interpretan estas cosas los que jamás han visto la justicia en sí?
—No es nada extraño —dijo.
—Antes bien —dije—, toda persona razonable debe recordar que son dos las maneras y dos las causas por las cuales se ofuscan los ojos: al pasar de la luz a la tiniebla y al pasar de la tiniebla a la luz.

Platón. La República. Libro VII



Analiza el significado que en el texto tienen las nociones de “región inteligible” y “mundo visible”

Al principio del Libro VII, Platón describe el Mito de la Caverna, conjunto de comparaciones y metáforas que articula su concepción de la realidad (ontología), su teoría del conocimiento (epistemología) y, lo que constituye el eje central del tratado, y a cuyo objetivo se pliegan el resto de explicaciones, su idea del gobierno de los hombres justos (ética y política). El Mito de la Caverna es el pretexto para desglosar la que es, quizás, la teoría más influyente del pensamiento platónico: la Teoría de las Ideas.

En el marco descrito, pues, la región inteligible, se refiere a “el mundo de arriba”, la que mora “en las alturas”, aquella en la que se producen “las contemplaciones divinas”, es la sede de la “justicia en sí”, como lo es del resto de las ideas platónicas. La región inteligible no es otra cosa que la realidad metafísica absoluta, la única realidad. Es realidad porque, a diferencia de Sócrates, para quien las definiciones esenciales (origen, no lo olvidemos, de las ideas de su discípulo) eran contenidos mentales, para Platón constituyen un mundo existente en algún lugar. Es metafísica porque el mundo de las ideas trasciende el mundo de lo material, lo concreto, lo visible, lo cotidiano y lo corpóreo (hay aquí un rechazo explícito del naturalismo de los filósofos de la physis). Cuando el alma ha sido guiada hasta el conocimiento, aquélla, consciente de que nada más verdadero puede ser representado, ya no desea regresar, “no quiere ocuparse en asuntos humanos… (…) y es natural que así ocurra”. Este es el momento en que la inteligencia (noesis) alcanza la “visión” del orden y la armonía que allí rige. De algún modo, el filósofo ha abandonado entonces este mundo. La luz del sol, como en el mito, lo impregna todo.

El mundo visible, correspondiente ontológicamente con la realidad sensible, es representado en el mito platónico por la caverna. A destacar aquí que, al igual que ocurre con el alma y el cuerpo, pareciera que éste no deje de ejercer jamás una atracción sobre la parte pura. El cuerpo atrae al alma hacia las pasiones; la opinión (doxa), forma efímera, imperfecta y falible de conocimiento, propia de “los que jamás han visto la justicia en sí”, atrae al alma siempre hacia la “vivienda-prisión” y la obliga “a discutir en los tribunales”. Tras la evidente alusión a la condena y muerte de Sócrates se adivina otra idea más profunda: el dolor (calificado en el texto como torpeza y ridículo) del alma tras descender, rebajarse a lo sensible (“pasar de la luz a la tiniebla”), y, sin embargo y a la vez, la necesidad inapelable de hacerlo. La obligación moral del filósofo para con la polis. La virtud no se cultiva en el vacío. El origen de la filosofía platónica, la voluntad de razonar sobre el estado justo, que ya apareciera, retrospectivamente, en la Carta VII, se manifiesta ahora con toda intensidad. Al final del camino nos damos de bruces con las mismas motivaciones del principio. Y he aquí el eterno retorno del platonismo, su estrecha y definitiva vinculación al individuo, a su dimensión moral (incomprensible para un griego fuera del marco de la polis, y, por lo tanto, de lo colectivo, de lo político) y, en síntesis, a la búsqueda de su felicidad (eudaimonia).

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