2 . Definición de un término filosófico del texto.
a) A partir del texto:
1. Contextualizar el concepto en el fragmento y en la obra.
2. Localizar el término y buscar una definición.
2. Localizar el término y buscar una definición.
b) Comentario del uso:
3. Comentar las expresiones en las que se hace referencia al mismo.
3. Comentar las expresiones en las que se hace referencia al mismo.
4. Comentar su uso y motivo (en el texto y en la obra)
5. Acabar señalando su repercusión o importancia.
5. Acabar señalando su repercusión o importancia.
EJEMPLO:
—Pues bien —dije—, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh
amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la
región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la
luz del fuego que hay en ella, con el poder del sol. En cuanto a la
subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste,
si las comparas con la ascensión del alma hasta la región
inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú
deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en
lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo
inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la Idea del
bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa
de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras
en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en
el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y
conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder
sabiamente en su vida privada o pública.
—También yo estoy de acuerdo —dijo—, en el grado en que puedo
estarlo.
—Pues bien —dije—, dame también la razón en esto otro: no te
extrañes de que los que han llegado a ese punto no quieran ocuparse
en asuntos humanos, antes bien, sus almas tienden siempre a
permanecer en las alturas, y es natural, creo yo, que así ocurra, al
menos si también esto concuerda con la imagen de que se ha hablado.
—Es natural, desde luego —dijo.
—¿Y qué? ¿Crees —dije yo— que haya que extrañarse de que,
al pasar un hombre de las contemplaciones divinas a las miserias
humanas, se muestre torpe y sumamente ridículo cuando, viendo
todavía mal y no hallándose aún suficientemente acostumbrado a las
tinieblas que le rodean, se ve obligado a discutir, en los tribunales
o en otro lugar cualquiera, acerca de las sombras de lo justo o de
las imágenes de que son ellas reflejo y a contender acerca del modo
en que interpretan estas cosas los que jamás han visto la justicia
en sí?
—No es nada extraño —dijo.
—Antes bien —dije—, toda persona razonable debe recordar que
son dos las maneras y dos las causas por las cuales se ofuscan los
ojos: al pasar de la luz a la tiniebla y al pasar de la tiniebla a la
luz.
Platón.
La
República. Libro VII
Analiza el significado que en el texto tienen las nociones de “región
inteligible” y “mundo visible”
Al
principio del Libro
VII,
Platón describe el Mito
de la Caverna,
conjunto de comparaciones y metáforas que articula su concepción
de la realidad (ontología),
su teoría
del conocimiento
(epistemología) y, lo que constituye el eje central del tratado, y a
cuyo objetivo se pliegan el resto de explicaciones, su idea del
gobierno
de los hombres justos
(ética y política). El Mito de la Caverna es el pretexto para
desglosar la que es, quizás, la teoría más influyente del
pensamiento platónico: la Teoría
de las Ideas.
En
el marco descrito, pues, la región
inteligible, se refiere a “el
mundo de arriba”,
la que mora “en
las alturas”,
aquella en la que se producen “las
contemplaciones divinas”,
es la sede de la “justicia en sí”, como lo es del resto de las
ideas platónicas. La región inteligible no es otra cosa que la
realidad metafísica absoluta, la única
realidad. Es realidad porque, a diferencia de Sócrates, para quien
las definiciones esenciales (origen, no lo olvidemos, de las ideas
de su discípulo) eran contenidos mentales, para Platón constituyen
un mundo existente
en algún lugar. Es metafísica porque el mundo de las ideas
trasciende el mundo de lo material, lo concreto, lo visible, lo
cotidiano y lo corpóreo (hay aquí un rechazo explícito del
naturalismo de los filósofos de la physis).
Cuando el alma ha sido guiada hasta el conocimiento, aquélla,
consciente de que nada más verdadero puede ser representado, ya no
desea regresar, “no
quiere ocuparse en asuntos humanos… (…) y es natural que así
ocurra”.
Este es el momento en que la inteligencia (noesis)
alcanza la “visión” del orden y la armonía que allí rige. De
algún modo, el filósofo ha abandonado entonces este mundo. La luz
del sol, como en el mito, lo impregna todo.
El
mundo
visible,
correspondiente ontológicamente con la realidad sensible, es
representado en el mito platónico por la caverna. A destacar aquí
que, al igual que ocurre con el alma y el cuerpo, pareciera que éste
no deje de ejercer jamás una atracción sobre la parte pura. El
cuerpo atrae al alma hacia las pasiones; la opinión (doxa),
forma efímera, imperfecta y falible de conocimiento, propia de “los
que jamás han visto la justicia en sí”,
atrae al alma siempre hacia la “vivienda-prisión”
y la obliga “a
discutir en los tribunales”.
Tras la evidente alusión a la condena y muerte de Sócrates se
adivina otra idea más profunda: el dolor
(calificado en el texto como torpeza
y ridículo)
del alma tras descender, rebajarse a lo sensible (“pasar
de la luz a la tiniebla”),
y, sin embargo y a la vez, la necesidad inapelable de hacerlo. La
obligación
moral
del filósofo para con la polis.
La virtud no se cultiva en el vacío. El origen de la filosofía
platónica, la voluntad de razonar sobre el estado justo, que ya
apareciera, retrospectivamente, en la Carta
VII,
se manifiesta ahora con toda intensidad. Al final del camino nos
damos de bruces con las mismas motivaciones del principio. Y he aquí
el eterno retorno del platonismo, su estrecha y definitiva
vinculación al individuo, a su dimensión moral (incomprensible para
un griego fuera del marco de la polis,
y, por lo tanto, de lo colectivo, de lo político) y, en síntesis, a
la búsqueda de su felicidad (eudaimonia).
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