miércoles, 29 de octubre de 2014

EL EJERCICIO 3 (con ejemplo)

3. LA REDACCIÓN
1. Presentar el tema como cuestión fundamental para entender al autor y su época. 
2. Localizar la etapa histórica, el problema en el que se encuentra, las diferentes corrientes y señalar la posición del autor.
3. Introducción a la filosofía del autor llevando el discurso hacia el tema propuesto. 
4. Desarrollo del tema en concreto a modo de hilo conductor para una redacción con sentido. (las referencias al texto y a otros autores aumentarán la calidad del resultado)
5. Consideración de las consecuencias filosóficas, disputas o críticas (si es el caso) 
6. Finalizar con la conclusión de la redacción (aportaciones a la filosofía de la época y presencia en la actualidad)

La educación y el gobierno de la Polis
INTRODUCCIÓN (el alumno presenta el tema y el orden en que se desarrollará, redactando el esquema previo que has elaborado para no perderte en el desarrollo)
En esta disertación relacionaré los conceptos de educación y gobierno de la ciudad, según la filosofía de Platón. Para ser un buen gobernante, ¿es necesario educarse? ¿En qué disciplinas debe educarse un gobernante? ¿Serían todos capaces de llegar a dirigir correctamente a una sociedad? En primer lugar, explicaré en qué tres partes se divide el alma humana, para poder ver quiénes serían los gobernantes perfectos, y las cualidades que deberían tener éstos para cumplir su función. Después de esto, describiré las materias en las que se deben educar los líderes, sobretodo describiré la teoría de las Ideas de Platón, que es lo que de verdad han de llegar a conocer, a ver. Y finalmente expondré cómo deben educarse los líderes, es decir, qué pasos deben seguir para gobernar con justicia y armonía. Este proceso educativo iré relacionándolo con el mito de la caverna de Platón, ya que es lo que explica de una manera muy metafórica.
DESARROLLO (aquí se desarrollará lo planteado en la introducción siguiendo el orden de tal manera que a cada apartado se le conceda un párrafo)
La sociedad ideal para este filósofo griego está dividida en tres clases: los productores, los guardianes y los gobernantes. Para hacer esta división le es necesario dividir las almas de las personas en tres partes diferentes, todos tienen tres partes diferentes de alma, pero en cada uno predomina una en concreto. La parte apetitiva es la que predomina en los productores y es la que hace que deseemos cosas materiales, perceptibles por los sentidos. A parte también está la parte predominante en los guardianes, la irascible, que es la que nos hace tener deseo de relacionarnos con otras personas y tener sentimientos de cara a ellas. Por último, en los gobernantes predominaría la parte racional, que es única en el ser humano y nos permite pensar, deducir cosas... Por eso, el perfecto gobernante debe tener la parte racional del alma más desarrollada que las otras, y su virtud debe ser la sabiduría y la prudencia.
Pero, ¿qué clase de materias debe aprender el futuro gobernante? Platón formuló la teoría del filósofo- gobernante, en la que para ser un buen líder se ha de ser filósofo, porque sólo ellos pueden alcanzar la sabiduría y la virtud. Por ello, propone un gobierno aristocrático de la virtud y el saber, una teoría de élite donde deberán gobernar los mejores. El problema surge cuando alguien intenta comenzar el proceso educativo, porque, ¿qué es lo que debe saber un buen gobernante? Pues bien, ha de tener un criterio que no se base en sus experiencias personales, esto es, un criterio independiente de sus opiniones y universal, para poder decidir en todo momento con justicia.

Este filósofo griego defiende la posibilidad de acceder al verdadero conocimiento, de alcanzar verdades absolutas e inmutables, a las que denomina Ideas; por eso el futuro gobernante deberá llegar a conocer el mundo al que pertenecen estas realidades, un mundo inteligible al que sólo se puede acceder mediante el uso de la razón y la inteligencia, no mediante los sentidos; y sobretodo deberá conocer la Idea de Justicia y la Idea suprema del Bien, creadora de todas las demás. Al mundo inteligible, que es un mundo diferente al nuestro, se puede acceder gracias a que nuestra alma antes de encarnarse en el cuerpo ya ha preexistido en ese mundo, pero al entrar en contacto con el cuerpo lo olvida todo. Por eso, como dice la teoría de la reminiscencia, conocer es como recordar lo vivido por el alma anteriormente.
Finalmente voy a explicar cómo debe el “alumno” avanzar en el proceso educativo, que consta de tres partes: el conocimiento de las matemáticas, la dialéctica ascendente y la descendente. En primer lugar, para ser un buen gobernante ha de tener un buen conocimiento militar y de organización, cosa que aprenderá gracias a las matemáticas, sobretodo su parte teórica, que además le servirá para familiarizarse con el razonamiento conceptual y abstracto, como una preparación para llegar al mundo de las Ideas. Después de esto, deberá empezar el cultivo de la dialéctica. La dialéctica ascendente queda representada en el mito de la caverna como la llegada al mundo exterior, con un primer momento de ceguera que significa que el “alumno” acaba de descubrir su ignorancia, que muchas cosas que creía que eran de una forma determinada no lo eran, y por eso ha de empezar a aprender nuevos conceptos, es decir, ir conociendo el mundo de las Ideas poco a poco como quién se va acostumbrando a la luz después de estar en las sombras mucho tiempo. Entonces, durante un periodo de tiempo irá conociendo las Ideas hasta que llegue a conocer la del Bien, considerada la suprema y la culminación del proceso de dialéctica ascendente.
CONCLUSIÓN (aquí se recogerá la idea más importante a la que se ha llegado y sus consecuencias)
Como conclusión a la educación, la dialéctica descendente consiste en aplicar los conocimientos adquiridos hasta el momento, el regreso a las sombras de la caverna para mejorar la sociedad que supone un segundo momento de ceguera que desaparece cuando aprende a poner en práctica sus conocimientos, generalmente en contra del resto de la sociedad ignorante que intentarán atacar al nuevo filósofo por intentar abrirles los ojos. Ese gobernante, aunque preferiría quedarse en el mundo “exterior” volverá para dirigir la ciudad ya que siente que su obligación es ayudar a los demás a que alcancen el conocimiento y a vivir en una sociedad justa, feliz y en armonía. Se sienten obligados a ayudar a los demás porque, como explica el intelectualismo moral, el que sepa cómo comportarse bien, es decir, el que conozca la Idea del Bien, se ha de comportar bien. En resumen, un buen gobernante es aquel que llega a conocer las verdades absolutas que son las Ideas, mediante un duro y largo proceso educativo, y que después guía justamente al resto de la sociedad para que sean felices y vivan en armonía.

martes, 28 de octubre de 2014

EL EJERCICIO 2 (con ejemplo)

 2 . Definición de un término filosófico del texto.

a) A partir del texto:
1. Contextualizar el concepto en el fragmento y en la obra.
2. Localizar el término y buscar una definición. 

b) Comentario del uso:
3. Comentar las expresiones en las que se hace referencia al mismo.
4. Comentar su uso y motivo (en el texto y en la obra) 
5. Acabar señalando su repercusión o importancia.

EJEMPLO:

—Pues bien —dije—, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la Idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.
—También yo estoy de acuerdo —dijo—, en el grado en que puedo estarlo.
—Pues bien —dije—, dame también la razón en esto otro: no te extrañes de que los que han llegado a ese punto no quieran ocuparse en asuntos humanos, antes bien, sus almas tienden siempre a permanecer en las alturas, y es natural, creo yo, que así ocurra, al menos si también esto concuerda con la imagen de que se ha hablado.
—Es natural, desde luego —dijo.
—¿Y qué? ¿Crees —dije yo— que haya que extrañarse de que, al pasar un hombre de las contemplaciones divinas a las miserias humanas, se muestre torpe y sumamente ridículo cuando, viendo todavía mal y no hallándose aún suficientemente acostumbrado a las tinieblas que le rodean, se ve obligado a discutir, en los tribunales o en otro lugar cualquiera, acerca de las sombras de lo justo o de las imágenes de que son ellas reflejo y a contender acerca del modo en que interpretan estas cosas los que jamás han visto la justicia en sí?
—No es nada extraño —dijo.
—Antes bien —dije—, toda persona razonable debe recordar que son dos las maneras y dos las causas por las cuales se ofuscan los ojos: al pasar de la luz a la tiniebla y al pasar de la tiniebla a la luz.

Platón. La República. Libro VII



Analiza el significado que en el texto tienen las nociones de “región inteligible” y “mundo visible”

Al principio del Libro VII, Platón describe el Mito de la Caverna, conjunto de comparaciones y metáforas que articula su concepción de la realidad (ontología), su teoría del conocimiento (epistemología) y, lo que constituye el eje central del tratado, y a cuyo objetivo se pliegan el resto de explicaciones, su idea del gobierno de los hombres justos (ética y política). El Mito de la Caverna es el pretexto para desglosar la que es, quizás, la teoría más influyente del pensamiento platónico: la Teoría de las Ideas.

En el marco descrito, pues, la región inteligible, se refiere a “el mundo de arriba”, la que mora “en las alturas”, aquella en la que se producen “las contemplaciones divinas”, es la sede de la “justicia en sí”, como lo es del resto de las ideas platónicas. La región inteligible no es otra cosa que la realidad metafísica absoluta, la única realidad. Es realidad porque, a diferencia de Sócrates, para quien las definiciones esenciales (origen, no lo olvidemos, de las ideas de su discípulo) eran contenidos mentales, para Platón constituyen un mundo existente en algún lugar. Es metafísica porque el mundo de las ideas trasciende el mundo de lo material, lo concreto, lo visible, lo cotidiano y lo corpóreo (hay aquí un rechazo explícito del naturalismo de los filósofos de la physis). Cuando el alma ha sido guiada hasta el conocimiento, aquélla, consciente de que nada más verdadero puede ser representado, ya no desea regresar, “no quiere ocuparse en asuntos humanos… (…) y es natural que así ocurra”. Este es el momento en que la inteligencia (noesis) alcanza la “visión” del orden y la armonía que allí rige. De algún modo, el filósofo ha abandonado entonces este mundo. La luz del sol, como en el mito, lo impregna todo.

El mundo visible, correspondiente ontológicamente con la realidad sensible, es representado en el mito platónico por la caverna. A destacar aquí que, al igual que ocurre con el alma y el cuerpo, pareciera que éste no deje de ejercer jamás una atracción sobre la parte pura. El cuerpo atrae al alma hacia las pasiones; la opinión (doxa), forma efímera, imperfecta y falible de conocimiento, propia de “los que jamás han visto la justicia en sí”, atrae al alma siempre hacia la “vivienda-prisión” y la obliga “a discutir en los tribunales”. Tras la evidente alusión a la condena y muerte de Sócrates se adivina otra idea más profunda: el dolor (calificado en el texto como torpeza y ridículo) del alma tras descender, rebajarse a lo sensible (“pasar de la luz a la tiniebla”), y, sin embargo y a la vez, la necesidad inapelable de hacerlo. La obligación moral del filósofo para con la polis. La virtud no se cultiva en el vacío. El origen de la filosofía platónica, la voluntad de razonar sobre el estado justo, que ya apareciera, retrospectivamente, en la Carta VII, se manifiesta ahora con toda intensidad. Al final del camino nos damos de bruces con las mismas motivaciones del principio. Y he aquí el eterno retorno del platonismo, su estrecha y definitiva vinculación al individuo, a su dimensión moral (incomprensible para un griego fuera del marco de la polis, y, por lo tanto, de lo colectivo, de lo político) y, en síntesis, a la búsqueda de su felicidad (eudaimonia).

martes, 21 de octubre de 2014

EL EJERCICIO 1 (con ejemplo)

1. Introducción: El ejercicio 1 del examen responde a dos criterios bien definidos:
  1. Exposición y explicación de las ideas que aparecen en el texto.
  2. Comparación de dichas ideas con la filosofía del autor.

En 2º de Bachillerato el tiempo total del examen es de 90 minutos, el alumno apenas dispondrá de unos 20 minutos para la realización de esta parte del examen, 20 minutos que, dependiendo de su rapidez al escribir, le permitirán escribir una cara de un folio, es decir, de 15 a 20 líneas en el ordenador.

2. Concretando: Tenemos 20 minutos para explicar y comentar las ideas de un texto de unas 10 líneas, que forma parte de un conjunto de textos conocidos de antemano. Un estudiante, que sea buen conocedor de los textos y de los autores, podría hacerlo mucho mejor de lo que se indica a continuación.

3. Reglas básicas: Para un estudiante que no tenga un método propio y que no conozca el texto del examen podría ser de utilidad centrarse en escribir cinco frases o grupos de frases:

1º    La primera frase debe situar el fragmento en la obra del autor.
El presente fragmento forma parte de (obra y autor).

2º    La segunda frase puede enunciar de forma genérica algunos de los temas más importantes que el autor trata en dicha obra.
En dicha obra el autor trata, entre otros, los siguientes temas…

3º   A continuación hacemos un recorrido enunciando las ideas y argumentos que aparecen en el texto.
El fragmento que nos ocupa se centra en (el tema) y defiende (la tesis) de la siguiente manera… El autor parte de (premisas o ideas iniciales) queriendo decir que.. sosteniendo que..
Afirmaciones que apoya con el argumento de…
Para aclarar mejor lo que quiere decir,  utiliza el ejemplo de…

4º El cuarto grupo de frases (en párrafo aparte) debe enmarcar dicho texto en las ideas del autor:  El autor está haciendo referencia a su concepción sobre…  El autor está defendiendo su concepción sobre… El texto se entiende en el siguiente contexto.. o con la finalidad de..

5º Si se dispone de tiempo, ahora es el momento de extenderse en todo lo que se conoce de dicha concepción o concepciones: En efecto, para el filósofo, …





Ejemplo 1a.- Platón: República, libro VII
“—Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar integra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho,  comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.”

(1) Se trata de un fragmento del libro VII de la república de Platón, más concretamente, del pasaje conocido como el mito o alegoría de la caverna.
(2) En dicha obra, La República,  el autor nos expone, entre otras, su concepción sobre la realidad y el conocimiento, su concepción sobre la educación, su visión de la sociedad y el estado, etc.
(3)  En el fragmento que nos ocupa, Platón está estableciendo la correspondencia entre alguno de los elementos de la alegoría de la caverna, que ha expuesto en las páginas anteriores a este fragmento, y su concepción de la realidad y del conocimiento: Compara la caverna con el mundo que captamos con los sentidos (=mundo sensible), presidido por el sol, que en la alegoría de la caverna está representado por el fuego.  El mundo exterior a la caverna representa el mundo que sólo podemos captar con la inteligencia (mundo inteligible), el mundo en que están las realidades ideales, presididas por la idea suprema de bien, que es representada en la alegoría por el sol.  

(4) En este pasaje, Platón nos explica una de sus concepciones más importantes y conocidas, su concepción de la realidad y del conocimiento, concepción conocida como teoría de las ideas o teoría de los dos mundos.
(5) en efecto, Platón afirma la existencia de dos mundos, mundo sensible y mundo inteligible, y dos tipos de conocimiento, conocimiento sensible e inteligencia, dentro de cada uno de los cuales a su vez establece dos subniveles, etc., etc. Etc.

domingo, 12 de octubre de 2014

LA POLÍTICA Y LOS VIAJES DE PLATÓN


La seducción de Siracusa

Mark Lilla, lector aventajado del pensador Isaiah Berlin, estudia en este ensayo, posfacio a Mentes inquietas, los intelectuales y la política, las razones que llevaron a muchos intelectuales europeos del siglo XX a avalar toda clase de tiranías, y pone de contraejemplo el rechazo de Platón a la tiranía de Dionisio en Siracusa.


Cuando Platón zarpó hacia Siracusa, alrededor del 368 a.C., albergaba, según él mismo relata, pensamientos contradictorios. Ya había visitado una vez la ciudad, cuando la gobernaba el temible tirano Dionisio el Viejo, y no lo había seducido demasiado la relajada vida siciliana. ¿Cómo, se preguntaba, podían los jóvenes aprender a ser moderados y justos en un sitio donde "la alegría consistía sólo en atiborrarse un par de veces al día y dormir en compañía todas las noches?" Semejante ciudad no podría nunca liberarse de un interminable ciclo de despotismo y revolución.
     ¿Por qué, entonces, decidió volver? Al parecer Platón tenía un discípulo en Sicilia, tierra que ahora no se mostraba tan imposible de reformar como antes este mismo discípulo había supuesto. Se trataba de un noble llamado Dión, que en su juventud se había convertido en devoto de Platón y de la causa de la filosofía, y que acababa de enviarle una carta en la que le informaba que Dionisio el Viejo había muerto y que su hijo, Dionisio el Joven, había heredado el poder. A la vez amigo y cuñado del joven Dionisio, Dión estaba convencido de que el nuevo gobernante se sentía interesado por la filosofía y deseaba comportarse de manera justa. Todo lo que necesitaba, según el punto de vista de Dión, era recibir una buena instrucción y nadie mejor que el mismo Platón para ofrecérsela directamente. Suplicó a su viejo maestro que lo visitara y éste, venciendo serios recelos, partió finalmente hacia Sicilia.
     EXIste un mito sobre Platón. De acuerdo con este mito, suele afirmarse que a él se le debe una propuesta temeraria: instituir, en las ciudades griegas, el gobierno de "reyes filósofos". Desde esta perspectiva, su "aventura siciliana" habría sido el primer paso para hacer realidad su ambición. En 1934, cuando Martin Heidegger retomó la enseñanza universitaria tras su vergonzoso periodo como rector nazi de la universidad de Friburgo, un colega ahora olvidado, para ahondar en el oprobio, le preguntó sarcásticamente: "¿De vuelta de Siracusa?" No se podría haber formulado de modo más ingenioso y acertado esta aguda observación. Sin embargo, los objetivos de Platón y los de Heidegger eran del todo diferentes. Según cuenta en su Séptima carta, Platón había soñado en ocasiones con entrar en la vida política, pero el régimen dictatorial de los Treinta de Atenas (404-403 a.C.) lo había disuadido por completo. Después, cuando el gobierno democrático que sucedió a los Treinta llevó a la muerte a su amigo y maestro Sócrates, él renunció a sus ambiciones políticas. De manera similar a su personaje Sócrates en El banquete, Platón llegó a la conclusión de que cuando un régimen es corrupto poco puede hacerse para modificarlo, salvo que se cuente con "amigos y asociados", es decir, con aquellos que son leales amigos —desde un punto de vista filosófico— tanto de la justicia como de la ciudad. Salvo por un milagro que convirtiese a filósofos en reyes o a reyes en filósofos, lo más que puede esperarse en política es la implantación de un gobierno moderado bajo el estable imperio de la ley.
     Sin embargo, Dión era un hombre decidido en su búsqueda del milagro. Se había convencido a sí mismo —y más tarde intentaría convencer a Platón— de que Dionisio era ese espécimen tan especial: un gobernante filósofo. Platón tenía sus dudas; aun así, confiaba en el carácter de Dión, aunque sabía que "los jóvenes siempre están en condiciones de caer presas de repentinos y repetidos impulsos inconsistentes". Sin embargo también razonaba —o quizá racionalizara sólo para sí mismo— que si no se aferraba a esta rara oportunidad y hacía el esfuerzo de llevar a un tirano hacia la práctica de la justicia, podría ser acusado de cobardía y deslealtad a la filosofía. Entonces aceptó ir a Siracusa.
     Pero el resultado de esta nueva visita no fue halagüeño. Lo único que quedó claro es que Dionisio deseaba adquirir una pátina de conocimientos, pero que carecía de la disciplina y la voluntad necesarias para someterse a los argumentos dialécticos y encaminar su vida en el sentido que indicaban las consecuentes conclusiones. (Platón lo compara con un hombre que quiere estar al sol y que sólo consigue quemarse.) Así como un médico no puede curar a un paciente contra su voluntad, tampoco es posible guiar al obstinado Dionisio hacia la filosofía y la justicia. En sus conversaciones, Platón y Dión incluso intentaron apelar a las ambiciones políticas del déspota, diciéndole que, como filósofo, aprendería a dotar de buenas leyes a las ciudades que conquistaba, ganándose con ello su amistad, lo cual podría utilizar después para extender así su reino más y más. Pero ni siquiera este argumento dio resultado. Prestando su oído a insidiosos rumores, Dionisio comenzó a albergar crecientes sospechas respecto de supuestas ambiciones políticas ocultas de Dión y dispuso su inmediato destierro de Siracusa. Cuando Platón fracasó en su intento de conseguir una reconciliación entre los dos amigos, decidió también partir.
     No obstante, volvió seis o siete años después, otra vez a solicitud de Dión, quien, mientras vivía en el eXIlio, había oído rumores acerca del retorno de Dionisio al estudio de la filosofía y se lo había hecho saber a Platón. Al principio, el maestro no reaccionó; sabía que "a menudo la filosofía ejerce este efecto sobre los jóvenes", y sospechaba además que la única intención de Dionisio era acallar los rumores que afirmaban que Platón lo había rechazado por su indignidad. Pero la misma línea de razonamiento que lo había llevado a emprender el segundo viaje lo hizo decidirse a hacer el tercero y último. Al llegar se encontró un hombre aún más arrogante, que ahora se consideraba a sí mismo un filósofo y del que se decía que había escrito un libro, algo que Platón el dialéctico se negaba rotundamente a hacer. Era una causa perdida. El pensador sólo se culpaba a sí mismo: "No tengo más motivos para estar enfadado con Dionisio que los que tengo para estarlo conmigo, y con los que me hicieron sentir la necesidad de venir." Dión no se mostró tan tajante. Tres años después de la partida final de Platón, atacó Siracusa con mercenarios, expulsó a Dionisio y liberó la ciudad. Pero tres años más tarde él mismo fue traicionado y asesinado. Tras varias rebeliones militares, Dionisio se hizo otra vez con el trono, hasta que fue depuesto por el ejército de Corinto, ciudad madre de Siracusa. El rey sobrevivió y retornó a Corinto. Se dice que allí acabó sus días enseñando sus doctrinas en su propia escuela.
     Dionisio es nuestro contemporáneo. A lo largo del último siglo ha tomado muchos nombres: Lenin y Stalin, Hitler y Mussolini, Mao y Ho, Castro y Trujillo, Amin y Bokassa, Sadam y Jomeini, Ceaucescu y Milosevic; la lista podría ser mucho más larga. Las almas optimistas del siglo XIX creían que la tiranía era una cosa del pasado. Después de todo, Europa había entrado en la era moderna y todos sabían que las complejas sociedades de este periodo, asociadas a seculares valores democráticos, en absoluto podrían ser gobernadas por los antiguos medios despóticos. Las sociedades modernas podrían ser autoritarias, controladas por frías burocracias y crueles condiciones de trabajo, pero nunca convertirse en dictaduras en el sentido en que lo fue Siracusa. La modernización podría volver obsoleto el concepto clásico de tiranía, e incluso las naciones extraeuropeas, también modernizadas, entrarían en un futuro posterior a estos regímenes. Hoy sabemos que era una idea errónea. Han desaparecido tanto el harén como el esclavo que probaba alimentos antes de que llegaran al rey, pero los sustituyen los ministros de propaganda y los guardias revolucionarios, los barones de la droga y los banqueros suizos. La tiranía ha sobrevivido.
     El problema de Dionisio es tan viejo como la creación. El de sus partidarios intelectuales es nuevo. La Europa continental alumbró dos grandes sistemas dictatoriales durante el siglo XX, el comunismo y el fascismo; del mismo modo, también creó un nuevo tipo social para el que necesitamos un nuevo nombre: el del intelectual filotiránico. Algunos de los mayores pensadores de este periodo, cuya producción sigue vigente para nosotros, se atrevieron a servir a modernos Dionisios, tanto de palabra como de obra. Sus historias son infames: Martin Heidegger y Carl Schmitt en la Alemania nazi; Georgy Lukács en Hungría; quizá algunos otros. Muchos, sin correr grandes riesgos, se adhirieron a los partidos fascista y comunista en ambos lados de la Cortina de Acero, ya fuese por afinidades electivas o ambiciones profesionales; algunos lucharon episódicamente en selvas o desiertos del Tercer Mundo. Un número sorprendentemente alto se convirtió en peregrino de las nuevas Siracusas erigidas en Moscú, Berlín, Hanói o La Habana. Como observadores políticos, coreografiaron cuidadosamente sus viajes por los dominios de los tiranos, con billetes de regreso en la mano, mientras admiraban granjas colectivas, fábricas de tractores, plantaciones de caña de azúcar o escuelas, aunque por una u otra razón nunca visitaban las cárceles.
     En su mayoría, los intelectuales europeos se parapetaron detrás de sus escritorios, visitando Siracusa sólo con la imaginación, desarrollando interesantes y a veces brillantes ideas con las que explicar los sufrimientos de personas a las que nunca mirarían a los ojos. Distinguidos profesores, talentosos poetas y periodistas influyentes unieron sus capacidades para convencer a todo el mundo de que los regímenes dictatoriales modernos eran liberadores y de que sus crímenes y excesos, observados desde la óptica apropiada, eran nobles. Necesitará un estómago verdaderamente fuerte cualquiera que hoy asuma la empresa de escribir una historia intelectual honesta del siglo XX en Europa.

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lunes, 6 de octubre de 2014

ANTROPOLOGÍA, PSICOLOGÍA Y ÉTICA



Platón: el mito del carro alado

“Cómo es el alma, requeriría toda una larga y divina explicación; pero decir a qué se parece, es ya asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos entonces decir que se parece a una fuerza  que, como si hubieran nacido juntos, lleva unidos a una yunta alada y a su auriga. Pues bien, los caballos y los cocheros de los dioses son todos ellos buenos, y buena su casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía una yunta de caballos y, después, estos caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y está hecho de esos mismos elementos, y el otro de todo lo contrario, como también su origen. Necesariamente, pues, nos resultará  difícil y duro su manejo.
Y, ahora, precisamente, hay que intentar decir de dónde le viene al viviente la denominación de mortal e inmortal. Todo lo que es alma tiene a su cargo lo inanimado, y recorre el cielo entero, tomando unas veces una forma y otras otra. Si es perfecta y alada, surca las alturas, y gobierna todo el Cosmos. Pero la que ha perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido, donde se asienta y se hace con cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de la fuerza de aquella. Este compuesto, cristalización de alma y cuerpo, se llama ser vivo, y recibe el sobrenombre de mortal. El nombre de inmortal no puede razonarse con palabra alguna; pero no habiéndolo visto ni intuido satisfactoriamente, nos figuramos a la divinidad, como un viviente inmortal, que tiene alma, que tiene cuerpo, unidos ambos, de forma natural, por toda la eternidad. Pero, en fin, que sea como plazca a la divinidad, y que sean estas nuestras palabras.
Consideremos la causa de la pérdida de las alas, y por la que se le desprenden al alma. Es algo así como lo que sigue.
El poder natural del ala es levantar lo pesado, llevándolo hacia arriba, hacia donde mora el linaje de los dioses. En cierta manera, de todo lo que tiene que ver con el cuerpo, es lo que más unido se encuentra a lo divino. Y lo divino es bello, sabio, bueno y otras cosas por el estilo. De esto se alimenta y con esto crece, sobre todo, el plumaje del alma; pero con lo torpe y lo malo y todo lo que le es contrario, se consume y se acaba. Por cierto que Zeus, el poderosos señor de los cielos, conduciendo su alado carro, marcha en cabeza, ordenándolo todo y de todo ocupándose. Le sigue un tropel de dioses y dáimones ordenados en once filas. Pues Hestia (la Tierra) se queda en la morada de los dioses, sola, mientras todos los otros, que han sido colocados en número de doce, como dioses jefes, van al frente de las órdenes a cada uno asignados. Son muchas, por cierto, las beatíficas visiones que ofrece la intimidad de las sendas celestes, caminadas por el linaje de los felices dioses, haciendo cada uno lo que tiene que hacer, y seguidos por los que, en cualquier caso, quieran y puedan. Está lejos la envidia de los coros divinos. Y, sin embargo, cuando van a festejarse a sus banquetes, marchan hacia las empinadas cumbres, por lo más alto del arco que sostiene el cielo, donde precisamente los carros de los dioses, con el suave balanceo de sus firmes riendas, avanzan fácilmente, pero a los otros les cuesta trabajo. Porque el caballo entreverado de maldad gravita y tira hacia la tierra, forzando al auriga que no lo haya domesticado con esmero. Allí se encuentra el alma con su dura y fatigosa prueba. Pues las que se llaman inmortales, cuando han alcanzado la cima, saliéndose fuera, se alzan sobre la espalda del cielo, y al alzarse se las lleva el movimiento circular en su órbita, y contemplan lo que está del otro lado del cielo.
A este lugar supraceleste, no lo ha cantado poeta alguno de los de aquí abajo, ni lo cantará jamás como merece. Pero es algo como esto – ya que se ha de tener el coraje de decir la verdad, y sobre todo cuando es de ella de la que se habla-: porque, incolora, informe, intangible esa esencia cuyo ser es realmente ser, vista sólo por el entendimiento, piloto del alma, y alrededor de la que crece el verdadero saber, ocupa, precisamente, tal lugar. Como la mente de lo divino se alimenta de un entender y saber incontaminado, lo mismo que toda alma que tenga empeño en recibir lo que le conviene, viendo, al cabo del tiempo, el ser, se llena de contento, y en la contemplación de la verdad, encuentra su alimento y bienestar, hasta que el movimiento, en su ronda, la vuelva a su sitio. En este giro, tiene ante su vista a la misma justicia, tiene ante su vista a la sensatez, tiene ante su vista a la ciencia, y no aquella a la que le es propio la génesis, ni la que, de algún modo, es otra al ser en otro – como ese otro que nosotros llamamos entes -, sino esa ciencia que es de lo que verdaderamente es ser. Y habiendo visto, de la misma manera, todos los otros seres que de verdad son, y nutrida de ellos, se hunde de nuevo en el interior del cielo, y vuelve a su casa. Una vez que ha llegado, el cochero detiene los caballos ante el pesebre, les echa pienso, ambrosía, y los abreva con néctar.
Tal es, pues, la vida de los dioses. De las otras almas, la que mejor ha seguido al dios y más se le parece, levanta la cabeza del auriga hacia el lugar exterior, siguiendo, en su giro, el movimiento celeste, pero, soliviantada por los caballos apenas si alcanza a ver los seres. Hay alguna que, a ratos, se alza, a ratos se hunde y, forzada por los caballos, ve unas cosas sí y otras no. Las hay que, deseosas todas de las alturas, siguen adelante, pero no lo consiguen y acaban sumergiéndose en ese movimiento que las arrastra, pateándose y amontonándose, al intentar ser unas más que otras. Confusión, pues, y porfías y supremas fatigas donde, por torpeza de los aurigas, se quedan muchas renqueantes, y a otras muchas se le parten muchas alas. Todas, en fin, después de tantas penas, tienen que irse sin haber podido alcanzar la visión del ser; y, una vez que se han ido, les queda sólo, la opinión por alimento. El por qué de este empeño por divisar dónde está la llanura de la Verdad, se debe a que el pasto adecuado para la mejor parte del alma es el que viene del prado que allí hay, y el que la naturaleza del ala, que hace ligera al alma, de él se nutre.
He aquí ahora la ley de Adrastea: Toda alma que, en el séquito de algún dios, haya vislumbrado algo de lo verdadero, estará indemne hasta el próximo giro y, siempre que haga lo mismo, estará libre de daño. Pero, cuando por no haber podido seguirlo, no lo ha visto, y por cualquier azaroso suceso se va gravitando llena de olvido y dejadez, debido a este lastre, pierde las alas y cae a tierra.
Entonces es de ley que tal alma no se implante en ninguna naturaleza animal, en la primera generación, sino que sea la que más ha visto la que llegue a los genes de un varón que habrá de ser amigo del saber, de la belleza o de las Musas tal vez, y del amor; la segunda, que sea para un rey nacido de leyes o un guerrero y hombre de gobierno; la tercera, para un político o un administrador o un hombre de negocios; la cuarta, para alguien a quien le va el esfuerzo corporal, para un gimnasta, o para quien se dedique a cuidar cuerpos; la quinta habrá de ser para una vida dedicada al arte adivinatorio o a los ritos de iniciación; con la sexta se acoplará un poeta, uno de ésos a quienes les da por la imitación; sea la séptima para un artesano o un campesino, y para un tirano la novena. De entre todos estos casos, aquel que haya llevado una vida justa es partícipe de un mejor destino, y el que haya vivido injustamente, de uno peor. Porque allí mismo de donde partió no vuelve alma alguna antes de diez mil años –ya que no le salen alas antes de ese tiempo -, a no ser en el caso de aquel que haya filosofado sin engaño, o haya amado a los jóvenes con filosofía. Éstas, en el tercer período de mil años, si han elegido tres veces la misma vida, vuelven a cobrar sus alas y, con ellas, se alejan al cumplir esos tres mil años.  Las demás, sin embargo, cuando acabaron su primera vida, son llamadas a juicio y, una vez juzgadas, van a parar a prisiones subterráneas, donde expían su pena; y otras hay que, elevadas por la justicia  a algún lugar celeste, llevan una vida tan digna como la que vivieron cuando tenían forma humana. Al llegar el milenio, teniendo unas y otras que sortear y escoger la segunda existencia, son libres de elegir la que quieran. Puede ocurrir entonces que una alma humana venga a vivir a un animal, y el que alguna vez fue hombre se pase, otra vez de animal a hombre.
Porque nunca el alma que no haya visto la verdad puede tomar figura humana.
En efecto, conviene que el hombre comprenda según lo que se llama “idea”, yendo de muchas sensaciones a una sola cosa  comprendida por el razonamiento. Esto es, por cierto, la reminiscencia de lo que vio, en otro tiempo, nuestra alma, cuando iba de camino con la divinidad, mirando desde lo alto a lo que ahora decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en realidad. Por eso es justo que sólo la mente del filósofo sea alada, ya que en su memoria y en la medida de lo posible, se encuentra aquello que siempre es y que hace que, por tenerlo delante, el dios sea divino. El varón, pues, que haga uso adecuado de tales recordatorios, iniciado en tales ceremonias perfectas, sólo él será perfecto. Apartado, así, de humanos menesteres y volcado a lo divino, es tachado por el vulgo como de perturbado, sin darse cuenta de que lo que está, es “entusiasmado”,  poseído por un dios”.
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Platón Fedro, 246a y ss. Trad. de Emilio Lledó Iñigo. Gredos, MAdrid, 1986. pp.344y ss.