lunes, 9 de febrero de 2015

E L C R E P Ú S C U LO D E L O S Í D O L O S



El crepúsculo de los ídolos (1889) significa el fin de los universales, el ocaso de la razón, la falsedad de la verdad, lo artificial de los valores y el principio de la nueva humanidad. 

En cinco textos, divididos en muchos más aforismos, inaugura Nietzsche el principio del fin de esta historia de la razón.

A continuación tenéis comentado por Eugenio Sánchez dos de los textos que vamos a trabajar esta semana.

1. La “Razón” en la filosofía

Este capítulo es una crítica a la metafísica occidental que, por miedo a lo problemático y terrible de la vida, ha construido un mundo inteligible que en realidad es nada, no-ser. Al mismo tiempo, se critica el privilegio que los filósofos han otorgado a la razón frente a los sentidos (excepto Heráclito) puesto que la razón les permite abandonar este mundo para dedicarse a la contemplación de las Ideas. También se acusa a los filósofos de colocar lo último (las Ideas) como lo primero, como lo que verdaderamente es, como sustancia, como causa sui.
Nietzsche aclara, además, cuál es el origen de los errores de la metafísica y los halla en el lenguaje, en los supuesta evidencia de los hechos internos: el yo, la voluntad. Este es el origen de la “cosa”, la “sustancia”.

a) Idiosincrasia: Egipticismo: Momias conceptuales: Sensibilidad: Cuerpo

1
¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos?…
Nietzsche se pregunta por características peculiares, específicas de los filósofos. Sin embargo, esta es ya una primera muestra de su ironía, de su “mala leche”. La expresión “idiosincrasia” la emplea Nietzsche en su sentido habitual de peculiaridad, pero aludiendo al mismo tiempo a su parecido con la palabra idiotez.
Por ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo.
La expresión “falta de sentido histórico” se refiere a la incapacidad del filósofo para reconocer que la temporalidad es un rasgo insoslayable del mundo. Desde Parménides se entiende que al Ser le pertenece la eternidad. También se le atribuye la inmutabilidad: por ello el filósofo también odia todo aquello que esté afectado por el cambio, por el devenir. Concluye Nietzsche que la idiosincrasia del filósofo es el egipticismo, es decir, el aprecio desmedido por una vida más allá de la muerte, por la conservación, por la perdurabilidad, por la eternidad. Es propio de la cultura egipcia la voluntad de negar el tiempo. Con esta crítica Nietzsche sitúa el origen del error metafísico no en su adorada Grecia sino en el decadente imperio egipcio. Platón, infiel al espíritu griego, se dejó conquistar en sus viajes por el odio egipcio al devenir, al tiempo, a la vida.
Nótese que la frase presenta una gradación ascendente de agresividad, un ejemplo de la musicalidad de la prosa de Nietzsche.
Ellos creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni [desde la perspectiva de lo eterno],— cuando hacen de ella una momia.
Para el filósofo una cosa es más honorable si no está afectada por el tiempo sino que, por el contrario, está marcada por la eternidad, si es posible situarla sub specie aeterni. Naturalmente vida y eternidad son incompatibles por lo que marcar algo con el calificativo de eterno es matarlo, amortajarlo y “momificarlo”. De esta manera Nietzsche continúa explotando las connotaciones del “egipticismo”, la “idiosincrasia” del filósofo.
Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real.
Nietzsche concreta el significado de la expresión momia: se refiere a momias conceptuales, que no son más que las Ideas de Platón, esos conceptos eternos e inmutables pero inexistentes a los que Platón dio entrada en la filosofía “hace milenios”.
Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos, cuando adoran, —se vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran.
Los filósofos “matan”. Para Nietzsche el salto desde la existencia individual al concepto o Idea implica necesariamente la muerte del individuo. Piénsese en la diferencia que existe entre un cuerpo bello, vivo, tangible y caliente, y la Idea de Belleza, tan abstracta, tan lejana y tan fría. Cuando el filósofo crea su Idea, su momia, mata al individuo que le da origen. La creación del concepto o Idea implica la disecación del cadáver, su evisceración y relleno para que lo muerto tenga aspecto de vivo.
Disecar cadáveres para el uso del cuerpo en la otra vida es asunto de gentes bárbaras, primitivas, “idólatras”. Los filósofos adquieren el aspecto de una tribu peligrosa capaz de las prácticas más macabras para satisfacer sus supersticiones, sus perversiones.
La muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento son para ellos objeciones, —incluso refutaciones.
La perversión del filósofo es la condena de la vida por su miedo a la vejez, a la muerte, a la procreación. Un mundo afectado por estas características es un mundo que queda refutado. El origen del desprecio de Platón por el mundo sensible es su miedo a las “imperfecciones” de la vida, su falta de ánimo para enfrentar una existencia inevitablemente devorada por el tiempo.
Lo que es no deviene; lo que deviene no es
Esta es la síntesis del error metafísico que arrastramos desde Parménides: el ser es inmutable, no deviene, mientras que el mundo sensible, afectado por el tiempo y por el cambio, es una ilusión, una sombra, un engaño y, no sólo eso, también es pecado, algo de lo que el filósofo debe purificarse.
Ahora bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es.
Golpes a la filosofía de Platón: las Ideas no son objeto de ciencia sino de creencia. Creencia, además, “desesperada”. ¿Por qué desesperada? Porque tiene su origen en el miedo a la muerte y el deseo rastrero de permanecer, de perdurar.
Mas como no pueden apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les retiene. “Tiene que haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde se esconde el engañador?”—”Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad!
La sensibilidad, ese defecto que nos convierte en mortales bicéfalos (Parménides) o que nos mantiene encadenados en el fondo de la caverna (Platón) es el engañador, la impureza que nos aparta del verdadero camino del ser.
Obsérvese como Nietzsche explota las connotaciones de la comparación de los filósofos con una horda salvaje que persigue y captura al chivo expiatorio de sus males -la sensibilidad- para ejecutarlo.
Estos sentidos, que también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero.
Que los sentidos nos engañan acerca del mundo verdadero, de lo que es, está claro desde Parménides y Platón. Pero no sólo nos engañan también nos corrompen. Apreciar los sentidos es propio de una conducta inmoral, pecaminosa.
Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir de la historia (Historie), de la mentira, —la historia: no es más que fe en los sentidos, fe en la mentira.
Primera máxima de la filosofía platónica: abandonar la caverna. Los que eligen el cambio, el devenir, se apartan del saber y se dejan arrastrar por una fe ciega en “los sentidos”, los máximos engañadores.
Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de la humanidad; todo él es “pueblo“,
Segunda máxima de la filosofía platónica: Todo el que permanezca fiel a los sentidos pertenece a la clase social más baja, es “pueblo”. En la separación de las clases sociales que hace Platón, el filósofo, la razón, representa a la clase superior mientras que la mayoría, los inferiores, son aquellos que permanecen ligados a lo sensible y a la parte apetitiva del alma, la parte inmoral y pecaminosa.
Es extraño que Nietzsche de la razón a la mayoría, al pueblo, frente a la minoría. Generalmente, su planteamiento es el opuesto: el pueblo, la chusma, los esclavos son siempre mayoría que oprime a una minoría.
¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero!—
El filósofo termina por convertirse en aquello que ha creado: momias. Eso implica que el filósofo termina matando la vida dentro de sí. Recuérdese a Platón: filosofar es prepararse para morir. El Ser de Parménides y Platón termina por encontrar su máxima expresión en la Idea de Dios con la llegada del cristianismo. El filósofo entonces se convierte en abanderado del “monótono-teísmo” -reunión de los conceptos monótono y monoteísmo- y adquiere un tenebroso aspecto de sepulturero.
Nietzsche hace gala aquí de una fina ironía: los filósofos, adoradores del Ser y enterradores de la Vida, se caracterizan por ser mortalmente monótonos, mortalmente aburridos.
¡Y, sobre todo, fuera el cuerpo, esa lamentable ideé fixe (idea fija) de los sentidos!, sujeto a todos los errores de la lógica que existen, refutado, incluso hasta lo imposible, aun cuando es lo bastante insolente para, comportarse como si fuera real!…”
Sin embargo, hay algo que todavía se resiste a la negación filosófica del mundo de los sentidos, algo que la razón -la lógica- no puede someter del todo, algo que la religión nos adiestra para que lo refutemos pero que siempre protesta, el muy insolente: el cuerpo.

b) Heráclito: sentidos: pluralidad: modificación. Duración: unidad. Razón: sustancia: coseidad: ser: ficción. Mundo aparente: mundo verdadero.

2 Pongo a un lado, con gran reverencia, el nombre de Heráclito.
Al margen del resto de los filósofos-enterradores coloca Nietzsche a Heráclito, por su defensa de los sentidos, del devenir, del cambio, de la apariencia frente a la lógica de la identidad de Parménides y la Escuela de Elea.
Mientras que el resto del pueblo de los filósofos rechazaba el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban pluralidad y modificación, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas como si tuvieran duración y unidad.
El “pueblo de los filósofos” rechazó desde el principio el testimonio de los sentidos porque mostraban pluralidad y modificación. Podemos ver un claro ejemplo de esto en las argumentaciones de Parménides en contra de la realidad de aquello que o bien es múltiple o bien cambia. Además, obsérvese que aquí Nietzsche utiliza la palabra “pueblo” en el sentido despectivo que le es particular.
Sin embargo, tampoco Heráclito creyó en los sentidos porque pensaba que no mostraban suficientemente el cambio constante que ocurre en el mundo. Para Heráclito “no es posible bañarse dos veces en el mismo río” pero nuestros sentidos nos hacen pensar que el mismo río permanece siempre ahí.
También Heráclito fue injusto con los sentidos. Estos no mienten ni del modo como creen los eléatas ni del modo como creía él, —no mienten de ninguna manera.
Según Nietzsche, los sentidos no mienten en absoluto, ni como Heráclito, ni los como los eléatas pensaban
Lo que nosotros hacemos de su testimonio, eso es lo que introduce la mentira, por ejemplo, la mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la duración
El origen de los conceptos metafísicos no está en la información que nos aportan los sentidos sino en lo que nosotros hacemos luego con dicha información. Somos nosotros los que introducimos las mentiras de la unidad, coseidad, sustancia y duración para dar consistencia a un mundo que es permanente y perpetuo cambio.
Es interesante observar como utiliza Nietzsche la palabra duración. Primero, dos párrafos más arriba, la duración es una de las causas por las que Heráclito desprecia a los sentidos puesto que estos nos muestran cosas que duran en el tiempo cuando en realidad lo que hay es cambio: el mismo río perdura según nuestros sentidos aunque de hecho ya no sea en absoluto el mismo. Segundo, frente al radicalismo de Heráclito, Nietzsche defiende a los sentidos y, por tanto, la duración y la unidad que estos nos muestran. Tercero, en este párrafo, Nietzsche habla de la mentira de la duración, equiparándola a la mentira de la sustancia, la unidad y la coseidad.
La “razón” es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Mostrando el devenir, el perecer, el cambio, los sentidos no mienten…
El origen del error metafísico está en la razón: es ésta la que falsea la información de los sentidos introduciendo las mentiras de la coseidad, la sustancia y la duración. Es decir, los sentidos nos muestran devenir, perecer, cambio y la razón, asustada por la fugacidad del tiempo, introduce la permanencia, eternidad e inmutabilidad en el ser.
Pero Heráclito tendrá eternamente razón al decir que el ser es una ficción vacía.
A pesar del desacuerdo con Heráclito acerca del testimonio de los sentidos Nietzsche plantea una acuerdo básico con él: el ser de los filósofos es una invención llevada a cabo por la razón. No es real
El mundo “aparente” es el único: el “mundo verdadero” no es más que un añadido mentiroso
Lo real es el devenir, el perecer, el cambio, lo que la tradición filosófica ha llamado desde Platón y Parménides el “mundo aparente” contraponiéndolo a un falso “mundo verdadero”.

c) Los sentidos. La nariz. La ciencia. Metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento. lógica y matemáticas.

3 —¡Y qué sutiles instrumentos de observación tenemos en nuestros sentidos!
Nietzsche, frente a la tradición filosófica occidental de carácter platónico, se esfuerza en una revalorización de los sentidos, al igual que Heráclito.
Esa nariz, por ejemplo, de la que ningún filósofo ha hablado todavía con veneración y gratitud, es hasta este momento incluso el más delicado de los instrumentos que están a nuestra disposición: es capaz de registrar incluso diferencias mínimas de movimiento que ni siquiera el espectroscopio registra.
En Ecce homo dice Nietzsche a propósito de su “nariz”: “Mi instinto de limpieza posee una susceptibilidad realmente inquietante, de modo que percibo fisiológicamente -huelo- la proximidad o -¿qué digo?- lo más íntimo, las “vísceras” de toda alma… Esta sensibilidad me proporciona antenas psicológicas con las que palpo todos los secretos y los aprisiono con la mano: ya casi al primer contacto cobro consciencia de la mucha suciedad escondida en el fondo de ciertas naturaleza, debida acaso a la mala sangre, pero recubierta de barniz por la educación.” (p. 33) “Yo soy el primero que ha descubierto la verdad, debido a que he sido el primero en sentir – en oler – la mentira como mentira… Mi genio está en mi nariz.” (p. 123). Nietzsche acusa a la civilización occidental de esconder tras sus grandes ideas (Dios, el Bien, la Verdad…) una tendencia antivital, una renuncia a este mundo, un afán de otro mundo. Está claro que lo contrario de la vida de este mundo es la muerte y lo propio de los muertos es oler fatal. Por eso Nietzsche dice que su nariz le ha inspirado toda su filosofía porque ha sido capaz de oler la podredumbre que se oculta tras las bellas Ideas de Occidente.
Hoy nosotros poseemos ciencia exactamente en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos, —en que hemos aprendido a seguir aguzándolos, armándolos, pensándolos hasta el final.
El testimonio de los sentidos es el origen de la verdad científica: el método de la triunfante nueva ciencia instaurada por Galileo se fundamenta en el valor concedido a la experiencia, una experiencia que es continuamente mejorada mediante instrumentos de observación cada vez técnicamente más perfectos.
El resto es un aborto y todavía-no-ciencia: quiero decir, metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento.
Nietzsche critica abiertamente todo conocimiento no basado en los sentidos puesto que es o bien un aborto, un conocimiento imposible y monstruoso muerto antes de nacer, como puede ser la metafísica o la teología, o bien un saber que todavía no ha alcanzado el grado de ciencia pero que pudiera llegar a hacerlo en el futuro, como la psicología o la teoría del conocimiento.
O ciencia formal, teoría de los signos: como la lógica, y esa lógica aplicada, la matemática. En ellas la realidad no llega a aparecer, ni siquiera como problema; y tampoco como la cuestión de qué valor tiene en general ese convencionalismo de signos que es la lógica.—
Otra posibilidad de conocimiento que no está basado en el testimonio de los sentidos es el propio de las ciencias formales como las matemáticas y la lógica que evidentemente no roza en absoluto el problema de la realidad.

d) Otra idiosincrasia: lo último y lo primero. Conceptos supremos. Causa sui. Dios. Enfermos tejedores de telarañas.

4La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y lo primero.
La primera idiosincrasia de los filósofos es su egipticismo, su “mímica de sepultureros”. La otra peculiaridad de la tradición filosófica es también muy peligrosa. Consiste en confundir lo último con lo primero. Lo último son los conceptos metafísicos que necesariamente son posteriores a nuestra experiencia sensible: es evidente que la idea de Belleza es una generalización posterior a nuestra visión de los cuerpos bellos, de las acciones bellas, etc. Sin embargo, el filósofo coloca la idea de Belleza como lo primero, es decir, como causa de los cuerpos y las acciones bellas. Esta es la esencia de la teoría de las ideas de Platón: las cosas son lo que son porque participan o imitan a las Ideas. La metafísica, tal como Nietzsche la ve, es de hecho el mundo al revés, el mundo invertido.
Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final—¡por desgracia!—, ¡pues no debería siquiera venir!—los “conceptos supremos“, es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora.
La tradición filosófica desde Platón coloca los conceptos al comienzo. Los conceptos, que en verdad no son nada real sino meras generalizaciones, devienen causa y origen de la verdadera realidad. Estos conceptos no son más que el “último humo” de la realidad. Para explicar esta metáfora basta pensar en qué queda de la Idea de Belleza cuando le sustraemos la realidad tangible de un cuerpo bello.
Esto es, una vez más, sólo expresión de su modo de venerar: a lo superior no le es lícito provenir de lo inferior, no le es lícito provenir de nada…
Para venerar, para honrar, para “adorar” a los conceptos el filósofo niega que los conceptos tengan su origen en el mundo sensible, en lo inferior. Los conceptos son eternos, no tienen su origen en nada. Obsérvese aquí otro rasgo de la teoría platónica de las Ideas: Las Ideas son anteriores a sus imitaciones en el mundo sensible.
Moraleja: todo lo que es de primer rango tiene que ser causa sui [causa de sí mismo].
Para que los conceptos puedan ser comienzo de un modo absoluto han de ser causa de sí mismos, causa sui. Así las Ideas platónicas que se imponen incluso sobre el Demiurgo.
El proceder de algo distinto es considerado como una objeción, como algo que pone en entredicho el valor.
Tener su origen en algo distinto, por ejemplo, en el mundo sensible hace que el concepto se devalúe.
Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto —ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa sui.
Todos los conceptos supremos, todos los valores supremos son causa sui: lo existente (lo que realmente es en contraposición a lo que es mera sombra o engaño, el interior de la caverna platónica), lo incondicionado (el noumenon kantiano en contraposición a la apariencia fenoménica), lo bueno, lo verdadero, lo perfecto… nada de esto puede estar sujeto al devenir, al tiempo, han de ser realidades eternas.
Mas ninguna de esas cosas puede ser tampoco desigual una de otra, no puede estar en contradicción consigo misma… Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto “Dios“…
Todos los conceptos supremos han de coincidir en uno que los reúna a todos: Dios.
Lo último, lo más tenue, lo mas vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum [ente realísimo]…
El mundo al revés. Dios, lo último de lo último, es colocado como lo primero. Lo menos real, “el último humo”, es ahora ente realísimo.
¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas!—¡Y lo ha pagado caro!…
Nietzsche aprovecha lo dicho en el primer párrafo sobre el egipticismo de los filósofos para golpear con el martillo. Los filósofos son como las arañas que atrapan a sus víctimas y luego les chupan la vida hasta dejarlas secas. Así actúan los filósofos con la realidad, terminan matándola en favor de un mundo que no existe. Nihilismo y resentimiento en acción: eso es la filosofía.

e) La apariencia. El error: Los sentidos: La razón. El lenguaje. Psicología primitiva, fetichismo: el yo y la voluntad, “ser” y “cosa”. Filosofía griega: Platón, las categorías de la razón, la empiria. Eléatas, Demócrito. Dios y la gramática.

5 —Contraponemos a esto, por fin, el modo tan distinto como nosotros (— digo nosotros por cortesía…) vemos el problema del error y de la apariencia.
Nietzsche expone en este parágrafo su opinión sobre el problema clásico de la metafísica: la dualidad realidad/apariencia. Obsérvese de nuevo la ironía del “nosotros”, pura cortesía.
En otro tiempo se tomaba la modificación, el cambio, el devenir en general como prueba de apariencia, como signo de que ahí tiene que haber algo que nos induce a error.
Critica a la tradición filosófica dominada por el platonismo. Antes el error y la apariencia se creía que estaban del lado de lo cambiante, del devenir. Piénsese una vez más en la tradición Parménides, Platón, Descartes…
Hoy, a la inversa, en la exacta medida en que el prejuicio de la razón nos fuerza a asignar unidad, identidad, duración, sustancia, causa, coseidad, ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el error, necesitados del error;
Tras la crisis de la metafísica y la muerte de Dios es evidente para Nietzsche, que el error está allí donde el prejuicio de la razón nos obliga a hablar de unidad, identidad, sustancia, cosa, duración. Estas categorías de la razón son un error, una apariencia en la que estamos atrapados, de la que estamos necesitados para sobrevivir. Para Nietzsche la única justificación de las categorías de la razón es su capacidad para favorecer la vida, para conservar la especie. Es Nietzsche a este respecto un claro defensor del pragmatismo.
aun cuando basándonos en una verificación rigurosa, dentro de nosotros estemos muy seguros de que es ahí donde está el error.
A pesar de que las categorías de la razón nos sean útiles no cabe duda de que tras una verificación rigurosa observaríamos que son ellas las que hablan de un mundo engañoso, aparente. El mundo verdadero es un mundo cambiante, devenir perpetuo y las categorías de la razón no son más que un boceto del mundo que utilizamos como guía pero que no tiene fundamento alguno de verdad.
Ocurre con esto lo mismo que con los movimientos de una gran constelación: en éstos el error tiene como abogado permanente a nuestro ojo, allí a nuestro lenguaje.
Para aclarar estas consideraciones Nietzsche expone una metáfora muy clara: al igual que cuando contemplamos el movimiento de una constelación nuestro ojo nos engaña sistemáticamente haciéndonos creer que es la constelación quien se mueve, en el problema realidad/apariencia el abogado permanente de nuestro error es el lenguaje.
Por su génesis el lenguaje pertenece a la época de la forma más rudimentaria de psicología: penetramos en un fetichismo grosero cuando adquirimos consciencia de los presupuestos básicos de la metafísica del lenguaje, dicho con claridad: de la razón.
Así, el lenguaje nace al tiempo que la psicología rudimentaria del hombre primitivo. De éstos no podía esperarse más que un fetichismo grosero, es decir, una vida espiritual dominada por la idolatría y la superstición. Pero en lugar de superar este estado hemos perpetuado la adoración a esos falsos ídolos que subyacen a nuestro lenguaje y a la razón. Obsérvese cómo Nietzsche vuelve a comparar a los filósofos con una tribu primitiva ansiosa por adorar a sus ídolos.
Ese fetichismo ve en todas partes agentes y acciones: cree que la voluntad es la causa en general; cree en el “yo“, cree que el yo es un ser, que el yo es una sustancia, y proyecta sobre todas las cosas la creencia en la sustancia-yo—así es como crea el concepto de “cosa“…
El primer dato evidente que el sujeto percibe es su propio yo, una voluntad, una causa que produce efectos. Es decir, percibimos el yo como algo que permanece en nosotros debajo de los cambios que nos afectan. Este primer dato se convierte en un fetiche y es aplicado a todo lo que nos rodea. Como ejemplo podemos pensar en los dioses de la mitología: cualquier fenómeno de la naturaleza era interpretado como el producto de un yo (un dios) que lo provocaba. Esta extensión del yo a todo lo que ocurre en el mundo es el origen del concepto “ser” o “cosa”, de algo que permanece debajo de los cambios, y se expresa en el lenguaje en la estructura sujeto-predicado.
El ser añadido con el pensamiento, es introducido subrepticiamente en todas partes como causa; del concepto “yo” es del que se sigue, como derivado, el concepto “ser“…
Introducimos el ser en el mundo porque en todo terminamos viendo una sustancia-causa (derivado del yo-causa) que es sujeto de los accidentes, sus efectos.
Al comienzo está ese grande y funesto error de que la voluntad es algo que produce efectos,— de que la voluntad es una facultad… Hoy sabemos que no es más que una palabra
Al comienzo del error metafísico está no sólo el error del lenguaje sino también el error de la voluntad, ese prejuicio primitivo, rudimentario por el que pensamos que somos sujetos que “duran”, permanecen, causas de nuestras acciones. Hoy, afirma Nietzsche, sabemos que la voluntad no es más que una palabra. Ya conocemos las críticas de Nietzsche a la idea de voluntad libre: ésta junto con la idea de pecado no es más que un invento de los teólogos para poder culpar y castigar. Nietzsche entiende que cada individuo es un fragmento de destino.
Mucho más tarde, en un mundo mil veces más ilustrado, llegó a la consciencia de los filósofos, para su sorpresa, la seguridad, la certeza subjetiva en el manejo de las categorías de la razón: ellos sacaron la conclusión de que esas categorías no podían proceder de la empiria,—la empiria entera, decían, está, en efecto, en contradicción con ellas.
Más tarde, cuenta Nietzsche, en un mundo mil veces más ilustrado, la Grecia clásica, les pareció que tales conceptos, las categorías de la razón (sustancia, causa, unidad…) no podían provenir de la experiencia, de la empiria, pues lo que los sentidos mostraban era diferencia, devenir, y lo que esos conceptos expresaban era semejanza, unidad, eternidad.
¿De dónde proceden, pues?—Y tanto en India como en Grecia se cometió el mismo error: “nosotros tenemos que haber habitado ya alguna vez en un mundo más alto (—en lugar de en un mundo mucho más bajo: ¡lo cual habría sido la verdad!), nosotros tenemos que haber sido divinos. ¡Pues poseemos la razón!”…
Como solución se propuso la anámnesis platónica: los metafísicos pensaron que el hombre, para conocer tales conceptos, tuvo que haber habitado en un mundo mucho más alto, el mundo de las Ideas. Para Nietzsche este mundo no es más alto sino más bajo pues es el producto del resentimiento hacia la vida, es el producto de una voluntad débil, de una vida decadente.
De hecho, hasta ahora nada ha tenido una fuerza persuasiva más ingenua que el error acerca del ser, tal como fue formulado, por ejemplo, por los eléatas: ¡ese error tiene en favor suyo, en efecto, cada palabra, cada frase que nosotros pronunciamos!
El error de la razón, el error del “ser”, tiene su origen en el lenguaje y cada frase que pronunciamos lo refuerza puesto que el lenguaje no se adapta a la diferencia que nos muestran los sentidos sino que se esfuerza en ponerla entre paréntesis para quedarse con la sustancia, con la esencia. Es decir, los conceptos buscan lo semejante, la unidad olvidando la pluralidad, el devenir, el cambio. Desde el momento en que empezamos a hablar ya disguimos sujeto de predicado siendo el sujeto aquello que permanece, que no cambia. Pensemos también en la palabra yo, es un concepto que designa mi identidad, aquello que permanece de mí a través del tiempo. El lenguaje es es el origen del error acerca del ser.
También los adversarios de los eléatas sucumbieron a la seducción de su concepto de ser: entre otros Demócrito, cuando inventó su átomo
Parménidessucumbió a este error y también Demócrito pues aunque pertenecieron a escuelas opuestas identificar el ser como aquello que permanece y no cambia. Parménides, de la Escuela de Elea seducida por la religión y las matemáticas, y Demócrito, de la Escuela Jónica, materialista y científica, concluyeron igual, es decir, que el ser no era lo que se daba a los sentidos sino inmutable, eterno,  verdadero, perfecto. Estas son características que comparten tanto el ser de Parménides como el átomo de Demócrito.
La “razón” en el lenguaje: ¡oh, que vieja hembra engañadora! Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática
Ya que el origen del error metafísico es es la razón oculta en el lenguaje Nietzsche usa una comparación bastante misógina para ridiculizarlo. Ese razón “habladora” que inventa el ser es comparado con esas viejas de iglesia, tan familiares a Nietzsche, que no hacen sino difundir falsedades y calumnias.
Termina Nietzsche con una ironía: Dios, el ser o sustancia por excelencia, es consecuencia del error metafísico que tiene su origen en el lenguaje y la razón. Nietzsche cree que no podremos prescindir de Dios mientras sigamos usando el lenguaje. Estamos cogidos por el error metafísico del mismo modo en que Kant hablaba de la ilusión trascendental: no conocemos la respuesta a las preguntas metafísicas pero no podemos dejar de hacerlas.

f) Cuatro tesis. Primera: mundo aparente. Segunda: “mundo verdadero” ilusión óptico-moral. Tercera: venganza contra la vida. Cuarta: vida descendente. El artista ama la apariencia, es dionisíaco.

6 Se me estará agradecido si condenso un conocimiento tan esencial, tan nuevo, en cuatro tesis: así facilito la comprensión, así provoco la contradicción.
Nietzsche expone lo dicho hasta aquí en cuatro tesis para facilitar la comprensión y provocar la controversia. El estilo literario de Nietzsche no es expositivo, es retórico, polemista, persuasivo.
Primera tesis. Las razones por las que “este” mundo ha sido calificado de aparente fundamentan, antes bien, su realidad—otra especie distinta de realidad es absolutamente indemostrable.
Primera tesis: Según Parménides y Platón este mundo es sólo apariencia porque está afectado por el cambio. Para Nietzsche esto, más que una prueba en contra, es en realidad un argumento a favor puesto que el único mundo que conocemos es el que cambia. Una realidad diferente, el verdadero Ser, el mundo de las Ideas, es indemostrable puesto que no ha estado ni está ni estará a nuestro alcance.
Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido asignados al “ser verdadero” de las cosas son los signos distintivos del no-ser, de la nada,—a base de ponerlo en contradicción con el mundo real es como se ha construido el “mundo verdadero“: un mundo aparente de hecho, en cuanto es meramente una ilusión óptico-moral.
Segunda tesis: Los signos distintivos del “mundo verdadero” (eterno, inmutable, perfecto…) son signos del no-ser, de la nada, puesto que se le han otorgado por negación de lo que podemos ver en “este” mundo. Ese “mundo verdadero” es una ilusión óptico-moral. Esto es, una ilusión, porque no existe o es fruto de nuestro lenguaje, y moral, porque su origen está en la condena de la vida.
Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de “otro” mundo distinto de éste no tiene sentido, presuponiendo que no domine en nosotros un instinto de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la vida: en este último caso tomamos venganza de la vida con la fantasmagoría de “otra” vida distinta de ésta, “mejor” que ésta.
Tercera tesis: Creer en el “mundo verdadero” es un síntoma de venganza contra esta vida, es síntoma dominada por un instinto de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la verdadera vida. Nietzsche se refiere aquí a lo que hemos llamado el origen psicológico de la metafísica.
Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo “verdadero” y en un mundo “aparente”, ya sea al modo del cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un cristiano alevoso), es únicamente una sugestión de la décadence,—un síntoma de vida descendente
Cuarta tesis: Creer en el “mundo verdadero”, ya sea al modo cristiano (fe), ya sea al modo kantiano (razón práctica) es un síntoma de vida descendente, de una vida incapaz de soportar lo problemático y terrible que hay en “este mundo”. Obsérvese que Kant es calificado de cristiano alevoso: de un modo premeditado había negado las Ideas de la Razón en su Crítica de la Razón Pura para después recuperarlas como postulados de la razón práctica.
El hecho de que el artista estime más la apariencia que la realidad no constituye una objeción contra esta tesis. Pues “la apariencia” significa aquí la realidad una vez más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida… El artista trágico no es un pesimista — dice precisamente incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco
El hecho de que el artista ame más la apariencia que el mundo real no significa que se coloque del lado de la metafísica y del cristianismo. El artista trágico ama la apariencia en el sentido en que dice sí a lo terrible de la vida, es dionisíaco. El arte es el más alto poder de lo falso, magnifica el mundo como error, santifica la mentira. En la apariencia del arte, la vida misma se transfigura. El artista es el que intenta abrir nuevas posibilidades en el mundo, el que intenta hacer de la vida una obra de arte .

2. Cómo el “mundo verdadero” acabó convirtiéndose en una fábula

Este capítulo es una breve historia de la filosofía al hilo de la contraposición “mundo real”/”mundo aparente”. Al igual que en el capítulo anterior se realiza una severa crítica a la metafísica u ontología ya que, según Nietzsche, está infectada de platonismo. Es decir, que ha creado un supuesto mundo verdadero para escapar a lo problemático y terrible de este mundo. Ese “mundo verdadero”, totalmente ajeno a los sentidos, es considerado el primero, el perfecto, el sublime, cuando en realidad es nada, no-ser. Nietzsche examina en este breve capítulo cómo ha ido degenerando el mundo de las Ideas de Platón propuesto por Platón en sucesivas fases. Estas seis etapas son: Platón, Cristianismo, Kant, Ilustración, Positivismo, Nihilismo y Zaratustra.

a) Comienzos del siglo IV, en Atenas: Platón.

Historia de un error
1.
El mundo verdadero, asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso,—él vive en ese mundo, es ese mundo.
(La forma más antigua de la Idea, relativamente inteligente, simple, convincente. Transcripción de la tesis “yo, Platón, soy la verdad”.)
Platón: Primera formulación del error: el mundo de las “Ideas”. Este mundo “verdadero” es asequible al sabio y al virtuoso. Recuérdese la conexión socrática entre saber y virtud: sólo quien conoce la Idea del Bien puede actuar virtuosamente. El acceso al “mundo verdadero” implica la renuncia a este mundo de apariencias, la huida de la caverna. El filósofo vive en ese mundo de Ideas, es ese mundo.
En este primer momento, debido al genio de Sócrates y Platón, el “mundo verdadero” es una hipótesis simple y convincente. Su único fundamento es la altura intelectual de sus fundadores: de ahí la máxima “yo, Platón, soy la verdad”.

b)Temprana Edad Media: Cristianismo.

2. El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso (“al pecador que hace penitencia“).
(Progreso de la Idea: ésta se vuelve más sutil, más capciosa, más inaprensible,—se convierte en una mujer, se hace cristiana…)
El platonismo se funde con el cristianismo. Pero, a causa de esta fusión, la relación entre el hombre y el otro mundo mediante la razón se debilita poco a poco, hasta llegar a ser sustentada sólo por la fe. De esta manera, el mundo verdadero se aleja, se hace inaccesible “ahora”, y es prometido tras la muerte al que hace penitencia.
El mundo de las Ideas es simplemente una promesa nunca cumplida. La idea se vuelve “más sutil, más capciosa, más inaprensible” , se convierte en “mujer”. Obsérvese el machismo chabacano de Nietzsche al entender que la naturaleza femenina consiste en una promesa sexual nunca cumplida.

c) Siglo XVIII europeo: Ilustración

3. El mundo verdadero, inasequible, indemostrable, imprometible, pero, ya en cuanto pensado, un consuelo, una obligación, un imperativo.
(En el fondo, el viejo sol, pero visto a través de la niebla y el escepticismo; la Idea, sublimizada, pálida, nórdica, konigsberguense.)
La Ilustración y Kant demostraron que las bases teóricas del error metafísico platónico-cristiano eran falsas. La única realidad es la Naturaleza. Para Kant el límite del conocimiento está marcado por la experiencia sensible. El mundo inteligible, el mundo de las ideas, es indemostrable e imprometible. Pero este mundo no desaparece totalmente. En cuanto el hombre no es sólo un fenómeno natural sino también un ser moral está legitimado a “postular” (pensar) la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y su propia libertad pues nuestra naturaleza moral no puede sostenerse sin estos “consuelos”. La existencia de Dios se sostiene por el imperativo moral.
Éste es el mismo sol de Platón en cuya alegoría de la caverna el sol es el símbolo de la Idea suprema. Pero la Idea se ha debilitado demasiado. Al principio era objeto directo del conocimiento, luego sólo prometida y ahora es sólo un postulado de la razón práctica, un objeto de “fe racional”, un sinsentido. El viejo sol, visto a través de la niebla del escepticismo ilustrado, de la niebla de Königsberg, la ciudad donde nació y vivió Kant.

d) Mediados del siglo XIX: Positivismo.

4. El mundo verdadero—¿inasequible? En todo caso, inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado, también desconocido. Por consiguiente, tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos algo desconocido?…
(Mañana gris. Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del positivismo.)
Impera el método científico como el único modo verdadero de conocimiento. El positivismo toma en serio la idea de Kant de que el conocimiento no puede ir más allá de la experiencia sensible y atribuye sus postulados de la razón práctica a inconfesables prejuicios teológicos. El “mundo verdadero” más allá de los sentidos queda como algo inalcanzado y desconocido. Y, por tanto, tampoco se sostiene la razón práctica kantiana: ya ni obliga, ni consuela, ni redime. Es decir, sin el consuelo de Dios y la inmortalidad del alma qué sentido tiene el deber.
Es el primer bostezo de la razón. Comienza a salir de nuevo la luz, comienza a despejarse la oscuridad creada por Platón, y la razón despierta de su sueño dogmático.

e) Nihilismo activo: Nietzsche.

5.
El “mundo verdadero”—una Idea que ya no sirve para nada, que ya ni siquiera obliga,—una Idea que se ha vuelto inútil, superflua, por consiguiente una Idea refutada: ¡eliminémosla!
(Día claro; desayuno; retorno del bon sens [buen sentido] y de la jovialidad; rubor avergonzado de Platón; ruido endiablado de todos los espíritus libres.)
Aparece Nietzsche, que comienza a hacer ver que la historia del mundo “verdadero” es la historia de un error. Esta es la época en que inicia su crítica a la metafísica, representada por Humano, demasiado humano (1878), El paseante y su sombra (1879) , Aurora (1881) y La ciencia jovial (1882). El primero de ellos está dedicado a los espíritus libres. Ante la inutilidad de la Idea, que ni siquiera obliga, se toma la decisión de eliminarla. Este es el nihilismo activo: destrucción de todos los valores suprasensibles heredados de Platón. Retorna el buen sentido, es decir, la asunción de que el único mundo que hay es éste en que vivimos y que el otro, el mal llamado “verdadero”, no era más que una carga. “Ruido endiablado de los espíritus libres”, “rubor avergonzado de Platón”. Es el momento del león.

f) INCIPIT ZARATUSTRA.

6. Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿acaso el aparente?… ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente!
(Mediodía; instante de la sombra más corta; final del error más largo; punto culminante de la humanidad; INCIPIT ZARATHUSTRA[comienza Zaratustra] .)
Comienza Zarathustra: Llega la obra cumbre de Nietzsche Así habló Zaratustra (1883). Toda la metafísica occidental se había construido sobre un “mundo verdadero” imaginario pero que nos servía para orientarnos en el mundo de lo sensible. Es decir, nuestros criterios epistemológicos y morales provenían de ese “mundo verdadero”: el verdadero conocimiento era el conocimiento de las Ideas, el buen comportamiento era el comportamiento afín a la Idea del Bien. Pero ¿y qué hacer tras la desaparición de las Ideas? ¿qué hacer tras la muerte de Dios? ¿qué es verdadero? ¿qué falso? ¿qué esta bien? ¿qué está mal? Tras haber eliminado el “mundo verdadero” hemos eliminado ya no sabemos qué hacer en el “aparente”.
En este momento, surge Zarathustra, con su doctrina del eterno retorno y el superhombre. Es el momento de la sombra más corta, es decir, donde ya no hay engaños, donde todo se muestra tal como es. Es el momento del fin del error más largo, es el momento de la verdad. La afirmación del eterno retorno convierte la vida en lo absoluto y nos libera de las pesadas cadenas de la metafísica platónico-cristiana.









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lunes, 2 de febrero de 2015

N I E T Z S C H E y la historia de la filosofía

La filosofía, escuela de calumnia.






















"Es ésta una historia lamentable: el hombre busca un principio sobre el cual pueda apoyarse para despreciar al hombre: inventa un mundo para poder calumniar y salir de este mundo: de hecho, extiende siempre la mano hacia la nada y de esta nada saca un Dios, la «verdad», y, en todo caso, un juez y un condenador de este ser...

Si queremos tener una prueba de la manera profunda y fundamental como las necesidades verdaderamente bárbaras del hombre tratan de satisfacerse, aun en su estado domesticado y su «civilización», es preciso buscar los leitmotiv de toda la evolución de la filosofía. De este modo encontraremos una especie de venganza de la realidad, una destrucción socarrona de las evaluaciones en medio de las cuales vive el hombre, un alma insatisfecha que considera el estado de disciplina como una tortura y que experimenta una voluptuosidad en cortar, de un modo enfermizo, todos los lazos que le ataban a él.

La historia de la filosofía es una rabia secreta contra las condiciones de vida, contra los sentimientos de valor de la vida, contra la decisión en favor de la vida. Los filósofos jamás dudaron en afirmar un mundo, a condición de que estuviera en contradicción con este mundo, de que pusiera en sus manos un instrumento que pudiese servir para hablar mal de este mundo. La filosofía fue hasta aquí la gran escuela de la calumnia, y de tal modo se impuso que aún hoy día nuestra ciencia, que se hacía pasar por intérprete de la vida, ha aceptado la posición fundamental de la calumnia y manipula este mundo como si no fuera más que apariencia, este encadenamiento de causas como si no fuera más que fenomenal. ¿Cuál es el odio que entra en juego?

Circe la hechicera

Yo creo que es siempre la «Circe» de los filósofos, la moral que les juega la mala partida de forzarles a ser, en todo tiempo, calumniadores... Creían en las «verdades» morales, encontraban allí valores superiores: ¿qué les quedaba por hacer sino decir no a la existencia a medida que la comprendían mejor?... Pues esta existencia es inmoral... Y esta vida reposa en hipótesis inmorales: y toda moral niega la vida.

Suprimamos el mundo verdadero: para hacer esto, tenemos que suprimir los valores superiores que tiene en curso hasta aquí la moral... Basta demostrar que la moral ella también es inmoral, en el sentido en que la inmoralidad ha sido condenada hasta aquí. Cuando hayamos roto de esta manera la tiranía de los valores que han tenido curso hasta aquí, cuando hayamos suprimido el mundo-verdad, un nuevo orden de valores aparecerá naturalmente.

El mundo-apariencia y el mundo-mentira: he ahí la contradicción. Este último fue llamado hasta ahora mundo-verdad, «verdad absoluta», «Dios». Éste es el que hemos suprimido."

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La voluntad de poder, texto de Textos de los grandes filósofos: edad contemporánea, Herder, Barcelona 1990, p.88-92.

viernes, 30 de enero de 2015

N I E T Z S C H E y la enfermedad de occidente (resumen)

El doctor: (Friedrich Wilhelm) NIETZSCHE.

1. La obra de Nietzsche no se deja tratar fácilmente de forma sistemática, pese a los intentos de algunos de sus estudiosos por hacerlo así. Su influencia se ha dejado sentir de forma dispar y, a veces, contradictoria, pero en todo caso no ha tenido un carácter uniforme: Nietzsche ha significado cosas distintas según sus distintos intérpretes. Su misma forma de expresión contribuye a ello, ya que al utilizar preferentemente el aforismo como vehículo de su pensamiento, el carácter metafórico del mismo se presta con frecuencia a distintas interpretaciones. Además, a menudo podemos encontrar en sus obras aforismos contradictorios entre sí, siendo difícil poder determinar cuál de ellos representa su "auténtica" posición sobre el tema tratado, si es que tiene algún sentido ese tipo de pregunta en el conjunto de la obra de Nietzsche.

2. La biografía de Nietzsche se encuentra entonces en perfecta contradicción y por tanto coherencia con su filosofía. La filosofía es una experiencia vital que responde a un impulso contradictorio: es búsqueda de la mentira para encontrar la verdad, es búsqueda del dolor para llegar al placer, es afirmación plena que niega la negación, y de la misma manera la vida del filósofo es una constante búsqueda de la fuerza, de la salud, del poder, de la voluntad allí donde sólo encontraba enfermedad, debilidad, culpabilidad, silencio y resignación.

3. La filosofía de Nietzsche se basa en una experiencia de la realidad esencialmente contradictoria, pero interpretará esta contradicción de un modo distinto a como lo habían hecho Hegel (Idealismo) y Marx (materialismo histórico), siguiendo de un modo a veces literal la cosmovisión de Heráclito, aunque trasladada a la referencia de lo vital como único eje interpretativo válido. La realidad está sometida al cambio, que está regulado por la lucha de elementos contrarios y abocada a una repetición infinita en el contexto de un ciclo cósmico que la conduce a un eterno retorno, en relación con el que todo alcanza su sentido. En esa lucha, la conciencia trata de fijar el movimiento, de anularlo, sustituyendo por conceptos el movimiento real de las cosas, sustituyendo lo vital por una representación de lo vital. Pero toda representación es falsa, en cuanto representación, por lo que la no-vida termina por sustituir a la vida, lo falso a lo verdadero. Recuperar la verdad, poner de manifiesto la radical prioridad de la vida sobre la conciencia será, en buena medida el proyecto nietzscheano.

4. La influencia de Nietzsche viene precisamente por la verdad vital de su filosofía, donde el sujeto es, fundamentalmente vida, y no conciencia, pensamiento. El fenómeno vital pasa así a constituirse en el centro de la reflexión filosófica, ejerciendo una considerable influencia a finales del XIX y durante la primera mitad del siglo XX, aunque con distintas interpretaciones, como las de H. Bergson y Ortega y Gasset (racio-vitalismo), entre otros. Otra fuente de influencias es el giro hacia el lenguaje, donde el conocimeinto no es más que interpretación, la verdad una manera de llamar igual a las cosas y la filosofía pasa a ser interpretación de interpretaciones. A partir de aquí el valor de toda la cultura occidental queda en entredicho y así es como se queda en el 1900 donde murió el filósofo: huérfana de los valores antiguos y sin adoptar todavía un camino nuevo a seguir.



El diágnóstico: (crítico) NIHILISMO PASIVO.


La filosofía de Nietzsche supondrá un enfrentamiento radical con buena parte de la tradición filosófica occidental, oponiéndose a su dogmatismo, cuya raíz sitúa en Sócrates, Platón y la filosofía cristiana. La distinción y oposición, realizada en sus primeras obras, entre lo apolíneo y lo dionisíaco, le llevará a desarrollar una original interpretación de la historia de la filosofía, según la cual el pensamiento se verá sometido a un alejamiento de la vida, a partir de la reflexión socrática, que le llevará a oponerse a ella, negándola mediante la invención de una realidad trascendente dotada de características de estabilidad e inmutabilidad, justo las contrarias de las que posee la única realidad que conocemos, contradictoria y cambiante.


a) La crítica de la metafísica. (enfermedad de la razón delirante)

Nietzsche se opone al dualismo ontológico, fiel reflejo del dualismo platónico:

  • - este mundo, sensible e imperfecto
  • - el otro mundo, suprasensible y perfecto, fundamento de aquel.
Según tal concepción, la realidad queda escindida en dos ámbitos: una realidad suprasensible, estática e imperecedera, frente a una realidad cambiante, sensible, perecedera... que es el producto residual, "despreciable" de la anterior . Frente a este esquema ontológico reaccionará Nietzsche esgrimiendo tres objecciones.


1.- La infravaloración de la realidad sensible se debe a su mutabilidad, mientras que la razón humana opera con categorías inmutables (conceptos); pero el hecho de que la razón funcione con tales categorías no demuestra la "imperfección" ni la "dependencia" del mundo sensible, sino sólo la inadecuación de la razón para conocerlo... ¿Y si la razón no fuera la facultad adecuada para conocer el mundo?¿Es posible acceder de forma no racional al conocimiento del mundo? ¿Es la razón nuestra única posibilidad cognoscitiva?

2.- El mundo suprasensible no es más que una ilusión, una ficción, una fantasía construida como negación del mundo sensible, única realidad para nosotros.

3.- Recurrir a un mundo suprasensible lo interpreta, pues, como una reacción anti-vital, como una negación de la vida, (vida que está marcada por el sufrimiento tanto como por la alegría), como una venganza contra la naturaleza, propia de espíritus ruines que odian la vida, un producto del resentimiento contra la vida. Incapaces de aceptar un destino trágico, los hombres se rebelan contra esa vida que les aboca al sufrimiento y la niegan, convirtiéndola en un mero residuo de otra realidad, perfecta ésta, donde ahogan su resentimiento.


b) La crítica de la moral. (enfermedad de los valores tristes)

Nietzsche acusa a la moral platónico- cristiana de antinatural por ir en contra de los instintos vitales. Su centro de gravedad no está en este mundo, sino en el más allá, en la realidad en sí, o en el mundo sobrenatural del cristianismo. Se trata de una moral trascendente que no gira en torno al hombre, sino en torno a Dios y que impone al hombre un rechazo de su naturaleza, una lucha constante contra sus impulsos vitales, por lo que significa un rechazo general de la vida, de la verdadera realidad del hombre, en favor de una ilusión generada por el resentimiento contra la vida. Tal moral es síntoma y expresión de la decadencia de la cultura occidental.


c) La crítica del conocimiento. (enfermedad del miedo a la diferencia)

Por lo que respecta a la explicación del conocimiento, la metafísica de tradición platónico-cristiana hace corresponder a una realidad inmutable un conocimiento y una verdad igualmente inmutables: el conocimiento conceptual. Pero el concepto, dice Nietzsche, no sirve para conocer la realidad tal y como es. El concepto tiene un valor representativo, pero siendo lo real un devenir, un cambio, no puede dejarse representar por algo como el concepto, cuya naturaleza consiste en representar la esencia, es decir, aquello que es inmutable, que no deviene, que no cambia, lo que permanece idéntico a sí mismo, ajeno al tiempo. El concepto no es más que un modo impropio de referirse a la realidad, un modo general y abstracto de captar la realidad y por ello, de alejarnos de lo singular y concreto, de alejarnos de la realidad. Lejos de ofrecernos el conocimiento de la realidad, el concepto nos la oculta.

c.1) El concepto no es más que una metáfora de la realidad, una representación general de una realidad que es individual. Prescinde, por tanto, de toda diferencia individual. Y la filosofía tradicional ha olvidado este carácter metafórico del concepto y ha pretendido encontrar en él no una simple generalización de las cosas, sino la "esencia", una supuesta realidad suprasensible de las cosas.

c.2) Nietzsche dirigirá también su atención al papel que ha jugado el lenguaje en la reflexión filosófica. Dada la íntima relación existente entre el pensamiento y el lenguaje que lo expresa, a medida que el valor de los conceptos es falsificado por la metafísica tradicional, queda también falsificado el valor de las palabras y el sentido en que se usan. De este modo el lenguaje contribuye decisiva y sutilmente a afianzar ese engaño metafísico acerca de la realidad. Recuperar el sentido de lo real exige, por lo tanto, recuperar simultáneamente el sentido, el valor de la palabra. De ahí el estilo aforístico de su obra.


d) La muerte de Dios. (enfermedad del vacío de sentido)

El análisis de la trayectoria del pensamiento y la cultura occidentales le llevará a Nietzsche a constatar la muerte de Dios. Dios había sido la brújula del hombre occidental. Pero el hombre ha ido matando a Dios sin darse cuenta, expulsándolo poco a poco de su pensamiento y de su cultura. Al descubrir la muerte de Dios el hombre queda desorientado, su vida pierde el sentido.
La muerte de Dios es, en realidad, la muerte del monoteísmo cristiano y de la metafísica dogmática, para quienes sólo hay un Dios y una verdad. Y el responsable de ello es el hombre. Al cobrar conciencia de ello el hombre sustituye a ese Dios y a esa verdad única por múltiples dioses y múltiples verdades, en un intento desesperado por salvar los valores asociados a esa imagen de Dios. Pese a ello, con la caída del Dios y de la metafísica tradicionales los valores asociados a ellos no pueden subsistir, no encuentran justificación trascendental alguna y, carentes de fundamentación, serán el blanco de las críticas más exacerbadas y negados como valores. El ateísmo conduce, pues, al nihilismo.


e) El nihilismo. (enfermedad de la negación)

El nihilismo es el proceso que sigue la conciencia del hombre occidental y que quedaría expresado en estos tres momentos:
  1. El nihilismo como resultado de la negación de todos los valores vigentes: es el resultado de la duda y la desorientación.
  2. El nihilismo como autoafirmación de esa negación inicial: es el momento de la reflexión.
  3. El nihilismo como punto de partida de una nueva valoración: es el momento de la intuición, que queda expresada en la voluntad de poder.



Tratamiento: (negación de la negación) NIHILISMO ACTIVO 


Esta es la base sobre la que ha de construirse, según Nietzsche, la nueva filosofía. El hombre provoca, en primer lugar, la muerte de Dios, sin apenas darse cuenta de ello. En segundo lugar, el hombre toma conciencia plena de la muerte de Dios y se reafirma en ella. En tercer lugar, y como consecuencia de todo lo anterior, el hombre se descubre a sí mismo como responsable de la muerte de Dios descubriendo, al mismo tiempo, el poder de la voluntad, e intuyendo la voluntad como máximo valor. LA GRAN SALUD.

a) Para Nietzsche la voluntad es la verdadera "esencia" de la realidad.

La realidad no es más que la expresión de la voluntad: ser es querer (...ser). La realidad no es algo estático, permanente, inmutable; ni la consecuencia de algo estático, permanente, inmutable. Siendo el fruto de la voluntad ha de ser multiforme y cambiante, como aquella. La realidad es devenir, cambio, y no está sometida a otra determinación que a la de su propio querer. Y el querer de la voluntad, al igual que el de todo lo real, es un querer libre, que rechaza toda determinación ajena a su propio devenir. La voluntad, el querer, no se somete a lo querido, sino que se sobrepone a todos sus posibles objetos. No quiere "esto" o "lo otro", sino sólo su propio querer. Se trata de una voluntad libre y absoluta a la que Nietzsche denomina "voluntad de poder": es una voluntad vital, expansiva, dominante... una voluntad que se engendra a sí misma y que quiere su propio querer.


b) Una nueva concepción de la verdad.

La verdad no reside en el juicio, ni en la adecuación del intelecto con el objeto. Todos los juicios son falsos, en la medida que consisten en una "congelación" de un determinado aspecto de la realidad mediante el uso de conceptos. Siendo la realidad cambiante no podría dejarse encerrar por conceptos, que son estáticos, inmutables. Y siendo los conceptos la base de todos los juicios estos no pueden expresar ni captar la realidad, el devenir de lo real. Los conceptos no nos sirven para captar lo real, ni los juicios para expresar la verdad de lo real.
La verdad ha de ser un resultado de la intuición de lo real, de la captación directa de la realidad. Por ello, no podrá ser una verdad inmutable, y ni siquiera única, pues el mismo cambio de lo real no está exento de contradicciones.


c) El lenguaje se convierte en algo fundamental a la hora de hablar de la verdad.

Nietzsche verá en el lenguaje una supeditación a los conceptos que hacen de él un instrumento poco útil para reflejar la verdad de los real, por lo que la construcción de un nuevo lenguaje será una de sus tareas prioritarias, buscando en la metáfora, en la alusión, en la ironía, elementos útiles para forzar el nuevo sentido de las palabras.
Frente al lenguaje de la razón, del concepto, propondrá el lenguaje de la imaginación, basado en la metáfora. Mientras que el lenguaje conceptual pretende ser un fiel reflejo de la realidad (quedando petrificada en él) el lenguaje metafórico respeta la pluriformidad y el movimiento de la realidad. El lenguaje conceptual es el de la lógica dogmática. El metafórico es el lenguaje del arte, de la vida, de la equivocidad, de la ambivalencia, de la belleza y, en definitiva, expresión de la libertad de la voluntad.

d) Un nuevo modo de entender el hombre, una nueva antropología.

El hombre actual debe ser sustituido por el "superhombre", un hombre que haga de la afirmación de nuevos valores el eje de su vida. Lo único valioso que hay en el hombre actual es su carácter de "puente" hacia el superhombre. El tema del superhombre guarda una relación estricta con el de la muerte de Dios: el superhombre aparece cuando Dios es definitivamente expulsado del espacio que hasta entonces había usurpado, cubriendo el superhombre el vacío dejado por Dios. El hombre crea al superhombre al matar a Dios.

Mientras que el hombre actual es un ser domesticado, el superhombre es un ser libre, superior, autónomo; un animal que posee sus propios instintos, los comprende y los desarrolla en la voluntad de poder. Para alcanzar este estadio el hombre actual ha de recorrer un camino largo y no exento de dificultades: ha de experimentar un triple metamorfosis de su espíritu: de camello (animal sumiso) ha de convertirse en león (símbolo de la negación de todos los valores) y de león en niño (símbolo del superhombre que, superando la sumisión del camello y la autosuficiencia del león conquista la auténtica libertad.)

e) Una nueva moral surgirá de la transmutación de todos los valores vigentes.

Las nociones morales de "Bien" y "Mal" como puntos de referencia objetivos y opuestos quedan desbordados por la nueva realidad. Los viejos valores racionales y suprasensibles son sustituidos por valores vitales y sensibles. El superhombre defiende la desigualdad, la jerarquía, el cambio, el experimento y el riesgo frente a la igualdad, la seguridad, que serían valores propios de la moral del "rebaño", una moral de esclavos, representada fundamentalmente por el cristianismo.

La moral tradicional, judeo-cristiana, es una moral de la "renuncia" y cuyos valores no se encuentran en esta vida, sino en otro mundo, en el verdadero, en el más allá. Esta moral se dirije contra los instintos vitales, ya que propone una evasión con respecto al hombre concreto y respecto al mundo real. En sus obras Nietzsche pretende analizar las raíces de las que brotan estos conceptos morales negativos. Realiza el análisis de lo moral entre los griegos y del giro que van sufriendo los conceptos morales en la dirección de alejarse de lo vital de lo que surgen, a partir de Sócratres y Platón. Si entre los primeros griegos la virtud era equivalente a la fuerza y "bueno" era el noble, el que despreciaba la debilidad y el miedo, a partir de Sócrates la virtud se convierte en renuncia a los placeres, pasiones, ambiciones, y el único bien que se admite es el de la "sabiduría". Con ello se inicia en Grecia la moral de "esclavos", gregaria y antivital.

Esta nueva moral se basa fundamentalmente en valores estéticos y sensibles, dejando de lado todas las preocupaciones metafísicas propias de la moral cristiana tradicional. Asimismo defiende una posición extremadamente individualista, frente al gregarismo de las morales tradicionales. 


jueves, 22 de enero de 2015

LA VOLUNTAD DE PODER

La voluntad de poder (der Wille zur Macht)

La muerte de Dios como reconocimiento de ausencia de sentido es la condición para que pueda surgir la presencia del devenir que no ha de justificarse fuera de sí por ningún sentido trascendente. Esta nueva perspectiva, que es la del superhombre, es la que se expresa como voluntad de poder o esencia de la vida, y como pluralidad de perspectivas. De ahí que, metafóricamente, Nietzsche defienda al politeísmo, ya que es expresión de pluralidad contrapuesta al ideal de unidad del monoteísmo. Pero la voluntad de poder de Nietzsche se opone a la mera voluntad de vivir de Schopenhauer (ver texto ). Para este último autor la voluntad (de vivir) es un ciego impulso cósmico irracional que domina toda la naturaleza y se manifiesta en todos sus dominios, persiguiendo solamente su perpetuación. Por ello, Schopenhauer considera la necesidad de apartarse de este impulso y renunciar a él a la manera del ascetismo budista. Para Nietzsche la posición pesimista de Schopenhauer es todavía expresión de una actitud reactiva y resentida contra la vida. El impulso vital es expresión de la voluntad de poder, que siempre aspira a más. La vida, entonces, es un caso particular de este vasto impulso que es la voluntad de poder, concebido por Nietzsche, a la vez, como biológico, orgánico y -en la medida en que la cultura no sea ya reacción contra la vida- expresión de la consumación y superación del nihilismo. Toda fuerza impulsora es voluntad de poder que, en este sentido, es la esencia misma del ser, y que, como principio afirmador, está situado más allá del bien y del mal .
¿Y sabéis, en definitiva, qué es para mí «el mundo»? ¿Tendré aún que mostrároslo en mi espejo?... Este mundo es un monstruo de fuerza, sin principio ni fin; es una suma fija de fuerza dura como el bronce, que no se hace más grande ni más pequeña, que no se gasta, sino que se transforma, y cuya totalidad es una magnitud invariable, una economía sin gastos ni pérdidas, pero también sin incremento; encerrada dentro de la «nada» como su límite, sin ninguna cosa flotante, sin desgaste sin extensión infinita, inserta como una fuerza determinada en un espacio determinado y no en un espacio que abarcaría el «vacío»; es una fuerza que se encuentra en todas partes, una y múltiple como un juego de fuerzas y de ondas de fuerza perpetuamente agitadas, eternamente en cambio, en reflujo continuo, con gigantescos años que se repiten regularmente, flujos y reflujos de sus formas, que van desde las más simples a las más complicadas, de las más tranquilas, de las más fijas, a las más frías, a las más ardientes, más violentas, más contradictorias, para volver en seguida de la multiplicidad a la simplicidad, del juego de los contrastes a la necesidad de armonía, afirmando su ser en esa regularidad de ciclos y años glorificándose a sí mismo en la santidad de lo que debe tornar eternamente, como un devenir que no conoce ni la saciedad, ni el disgusto, ni el cansancio. Este es mi universo dionisíaco que se crea y se destruye perpetuamente a sí mismo; ese enigmático mundo de la doble voluptuosidad, éste es mi «más allá del bien y del mal», sin fin, a menos que no sea un fin la felicidad de haber cumplido el ciclo, sin voluntad, a menos que un anillo no pruebe su buena voluntad de girar eternamente sobre sí mismo y nada más que sobre sí mismo, en su propia órbita. Ese es el universo mío, ¿quién es pues lo suficientemente lúcido como para exponer su alma a este espejo? ¿O para oponer su propia solución al enigma de Dionisio? Y aquel que fuese capaz de ello, ¿no debería hacer más todavía? ¿No debería casarse con el «ciclo de los ciclos», jurar su propio retorno, aceptar el ciclo que eternamente se bendecirá y afirmará a sí mismo, con la voluntad de querer todas las cosas de nuevo, de ver tornar todo lo que ha sido, de ver marchar todo lo que debe ser siempre? ¿Sabéis ahora que es el mundo para mí, y lo que yo quiero, cuando quiero este mundo?
¿Queréis un nombre para este universo, una solución para todos sus enigmas? ¿Queréis en suma una luz para vosotros, los más tenebrosos, los más fuertes, los más intrépidos de todos los espíritus? Este mundo, es el mundo de la voluntad de poder y nada más. Y vosotros sois también esa voluntad de poder, y nada más. [...]
Si es verdad que la naturaleza íntima del Ser es la voluntad de poder, si todo aumento de poder es placer, si todo sentimiento de no poder resistir, de no poder dominar es dolor, ¿no deberíamos considerar entonces el placer y el dolor como hechos cardinales? ¿Puede existir la voluntad sin esta doble oscilación del sí y el no? Pero ¿quién siente el placer?... Tales preguntas son totalmente absurdas, si el Ser es en sí mismo voluntad de poder, y, por consiguiente, ¡sensación de placer y dolor! Sin embargo, tiene necesidad de contradicciones, resistencias; por lo tanto, relativamente, de unidades que se sobreponen a él...
La Voluntad de Poder, libro II, § 51 y § 54. De la selección de textos En torno a la Voluntad de Poder, Península, Barcelona 1973, p.120-122.
Esta noción, pues, carece de cualquier clase de connotación política. No se trata de un deseo de poder político, o de un afán de dominio social, sino que expresa solamente el dinamismo del cual la vida es su manifestación, no sometido a ningún poderío exterior, a ningún dios, ni a ningún valor superior al de la propia vida. La voluntad de poder no consiste en ningún anhelo ni en ningún afán de apoderarse de nada ni de dominar a nadie, sino que es creación; es el impulso que conduce a hallar la forma superior de todo lo que existe y afirmar el eterno retorno, que separa las formas superiores, afirmativas, de las formas inferiores o reactivas .
Aun admitiendo que no nos sea dado nada «real» fuera de nuestro mundo de deseos y pasiones; que no podamos alcanzar «realidad» más alta o más profunda que la de nuestros instintos --pues el pensamiento no expresa más que la relación de nuestros instintos entre sí--, ¿no sería lícito aventurar esa pregunta: «Este mundo dado, no bastaría para comprender, a partir de lo que es semejante, el mundo que se llama mecánico (o material)»? No quiero decir comprenderlo como una ilusión, una «apariencia», una «representación», en el sentido de Berkeley o de Schopenhauer, sino como una realidad del mismo orden que nuestras pasiones mismas, un mundo en el que se haya englobado en una poderosa unidad todo lo que en el proceso orgánico se ramifica y se diferencia (y, por lo tanto, se afina y se debilita), como una especie de vida instintivamente en la que todas las funciones orgánicas: autorregulación, nutrición, secreción, cambios orgánicos, se hallan sintéticamente ligadas y confundidas entre sí, en resumen, una forma previa de vida. No sólo es lícito aventurar esa pregunta, sino que lo exige la conciencia de nuestro método. No admitir diversas clases de causalidad, hasta que no se haya intentado resolver por medio de una sola, sin haberla llevado hasta sus últimos límites (hasta el absurdo, si así puede decirse), es una exigencia moral del método a la que no tenemos el derecho de sustraernos; es verdad «por definición», como dicen los matemáticos. La cuestión, en fin, estriba en saber si consideramos la voluntad como realmente actuante, si creemos en la causalidad de la voluntad; si es así --y en el fondo es eso lo que implica nuestra creencia en la causalidad--, estamos obligados a hacer esa experiencia, a plantear por hipótesis como única causalidad la de la voluntad. La «voluntad», naturalmente, no puede obrar más que sobre una «voluntad», y no sobre una materia (sobre los «nervios», por ejemplo); en una palabra, hay que llegar a plantear que siempre que se constatan «efectos», es que una voluntad obra sobre una voluntad, y que todo proceso mecánico, en la medida en que manifiesta una fuerza actuante, revela precisamente una fuerza voluntaria, un efecto de la voluntad. Suponiendo, por último, que se llegase a explicar toda nuestra vida instintiva como el desarrollo interno y ramificado de una forma fundamental única de la voluntad --de la voluntad de poder, es mi tesis--; suponiendo que se pudiesen reducir todas las funciones orgánicas a esa misma voluntad de poder, y que ésta encerrase en sí, por lo tanto, la solución del problema de la procreación y de la nutrición --es un mismo y único problema--, habríamos adquirido el derecho de llamar a toda energía, cualquiera que fuese, voluntad de poder. El universo visto desde dentro, el mundo definido y designado por su «carácter inteligible», sería justamente «voluntad de poder», y nada más.
Más allá del bien y del mal, § 36. De la selección de textos En torno a la Voluntad de Poder, Península, Barcelona 1973, p.122-123.
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Diccionario Herder de Filosofía