1. La “Razón” en la filosofía
Este capítulo es una crítica a la metafísica occidental que, por miedo a lo problemático y terrible de la vida, ha construido un mundo inteligible que en realidad es nada, no-ser. Al mismo tiempo, se critica el privilegio que los filósofos han otorgado a la razón frente a los sentidos (excepto Heráclito)
puesto que la razón les permite abandonar este mundo para dedicarse a
la contemplación de las Ideas. También se acusa a los filósofos de colocar lo último (las Ideas) como lo primero, como lo que verdaderamente es, como sustancia, como causa sui.
Nietzsche aclara, además, cuál es el origen de los errores de la metafísica y los halla en el lenguaje, en los supuesta evidencia de los hechos internos: el yo, la voluntad. Este es el origen de la “cosa”, la “sustancia”.
a) Idiosincrasia: Egipticismo: Momias conceptuales: Sensibilidad: Cuerpo
1
¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos?… |
Nietzsche se pregunta por características peculiares, específicas de
los filósofos. Sin embargo, esta es ya una primera muestra de su ironía,
de su “mala leche”. La expresión “idiosincrasia” la emplea Nietzsche en
su sentido habitual de peculiaridad, pero aludiendo al mismo tiempo a
su parecido con la palabra idiotez.
Por ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo. |
La expresión “falta de sentido histórico” se refiere a la incapacidad
del filósofo para reconocer que la temporalidad es un rasgo
insoslayable del mundo. Desde Parménides se entiende que al Ser le
pertenece la eternidad. También se le atribuye la inmutabilidad: por
ello el filósofo también odia todo aquello que esté afectado por el
cambio, por el devenir. Concluye Nietzsche que la idiosincrasia del
filósofo es el egipticismo, es decir, el aprecio desmedido por una vida
más allá de la muerte, por la conservación, por la perdurabilidad, por
la eternidad. Es propio de la cultura egipcia la voluntad de negar el
tiempo. Con esta crítica Nietzsche sitúa el origen del error metafísico
no en su adorada Grecia sino en el decadente imperio egipcio. Platón,
infiel al espíritu griego, se dejó conquistar en sus viajes por el odio
egipcio al devenir, al tiempo, a la vida.
Nótese que la frase presenta una gradación ascendente de agresividad, un ejemplo de la
musicalidad de la prosa de Nietzsche.
Ellos creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni [desde la perspectiva de lo eterno],— cuando hacen de ella una momia. |
Para el filósofo una cosa es más honorable si no está afectada por el
tiempo sino que, por el contrario, está marcada por la eternidad, si es
posible situarla
sub specie aeterni. Naturalmente vida y
eternidad son incompatibles por lo que marcar algo con el calificativo
de eterno es matarlo, amortajarlo y “momificarlo”. De esta manera
Nietzsche continúa explotando las connotaciones del “egipticismo”, la
“idiosincrasia” del filósofo.
Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real. |
Nietzsche concreta el significado de la expresión momia: se refiere a
momias conceptuales, que no son más que las Ideas de Platón, esos
conceptos eternos e inmutables pero inexistentes a los que Platón dio
entrada en la filosofía “hace milenios”.
Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos, cuando adoran, —se vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran. |
Los filósofos “matan”. Para Nietzsche el salto desde la existencia
individual al concepto o Idea implica necesariamente la muerte del
individuo. Piénsese en la diferencia que existe entre un cuerpo bello,
vivo, tangible y caliente, y la Idea de Belleza, tan abstracta, tan
lejana y tan fría. Cuando el filósofo crea su Idea, su momia, mata al
individuo que le da origen. La creación del concepto o Idea implica la
disecación del cadáver, su evisceración y relleno para que lo muerto
tenga aspecto de vivo.
Disecar cadáveres para el uso del cuerpo en la otra vida es asunto de
gentes bárbaras, primitivas, “idólatras”. Los filósofos adquieren el
aspecto de una tribu peligrosa capaz de las prácticas más macabras para
satisfacer sus supersticiones, sus perversiones.
La muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento son para ellos objeciones, —incluso refutaciones. |
La perversión del filósofo es la condena de la vida por su miedo a la
vejez, a la muerte, a la procreación. Un mundo afectado por estas
características es un mundo que queda refutado. El origen del desprecio
de Platón por el mundo sensible es su miedo a las “imperfecciones” de la
vida, su falta de ánimo para enfrentar una existencia inevitablemente
devorada por el tiempo.
Lo que es no deviene; lo que deviene no es… |
Esta es la síntesis del error metafísico que arrastramos desde
Parménides: el ser es inmutable, no deviene, mientras que el mundo
sensible, afectado por el tiempo y por el cambio, es una ilusión, una
sombra, un engaño y, no sólo eso, también es pecado, algo de lo que el
filósofo debe purificarse.
Ahora bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es. |
Golpes a la filosofía de Platón: las Ideas no son objeto de ciencia
sino de creencia. Creencia, además, “desesperada”. ¿Por qué desesperada?
Porque tiene su origen en el miedo a la muerte y el deseo rastrero de
permanecer, de perdurar.
Mas como no pueden apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les retiene. “Tiene que haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde se esconde el engañador?”—”Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! |
La sensibilidad, ese defecto que nos convierte en mortales bicéfalos
(Parménides) o que nos mantiene encadenados en el fondo de la caverna
(Platón) es el engañador, la impureza que nos aparta del verdadero
camino del ser.
Obsérvese como Nietzsche explota las connotaciones de la comparación
de los filósofos con una horda salvaje que persigue y captura al chivo
expiatorio de sus males -la sensibilidad- para ejecutarlo.
Estos sentidos, que también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero. |
Que los sentidos nos engañan acerca del mundo verdadero, de lo que
es, está claro desde Parménides y Platón. Pero no sólo nos engañan
también nos corrompen. Apreciar los sentidos es propio de una conducta
inmoral, pecaminosa.
Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir de la historia (Historie), de la mentira, —la historia: no es más que fe en los sentidos, fe en la mentira. |
Primera máxima de la filosofía platónica: abandonar la caverna. Los
que eligen el cambio, el devenir, se apartan del saber y se dejan
arrastrar por una fe ciega en “los sentidos”, los máximos engañadores.
Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de la humanidad; todo él es “pueblo“, |
Segunda máxima de la filosofía platónica: Todo el que permanezca fiel
a los sentidos pertenece a la clase social más baja, es “pueblo”. En la
separación de las clases sociales que hace Platón, el filósofo, la
razón, representa a la clase superior mientras que la mayoría, los
inferiores, son aquellos que permanecen ligados a lo sensible y a la
parte apetitiva del alma, la parte inmoral y pecaminosa.
Es extraño que Nietzsche de la razón a la mayoría, al pueblo, frente a
la minoría. Generalmente, su planteamiento es el opuesto: el pueblo, la
chusma, los esclavos son siempre mayoría que oprime a una minoría.
¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero!— |
El filósofo termina por convertirse en aquello que ha creado: momias.
Eso implica que el filósofo termina matando la vida dentro de sí.
Recuérdese a Platón: filosofar es prepararse para morir. El Ser de
Parménides y Platón termina por encontrar su máxima expresión en la Idea
de Dios con la llegada del cristianismo. El filósofo entonces se
convierte en abanderado del “monótono-teísmo” -reunión de los conceptos
monótono y monoteísmo- y adquiere un tenebroso aspecto de sepulturero.
Nietzsche hace gala aquí de una fina ironía: los filósofos,
adoradores del Ser y enterradores de la Vida, se caracterizan por ser
mortalmente monótonos, mortalmente aburridos.
¡Y, sobre todo, fuera el cuerpo, esa lamentable ideé fixe (idea fija) de los sentidos!, sujeto a todos los errores de la lógica que existen, refutado, incluso hasta lo imposible, aun cuando es lo bastante insolente para, comportarse como si fuera real!…” |
Sin embargo, hay algo que todavía se
resiste a la negación filosófica del mundo de los sentidos, algo que la
razón -la lógica- no puede someter del todo, algo que la religión nos
adiestra para que lo refutemos pero que siempre protesta, el muy
insolente: el cuerpo.
b) Heráclito: sentidos: pluralidad:
modificación. Duración: unidad. Razón: sustancia: coseidad: ser:
ficción. Mundo aparente: mundo verdadero.
2 Pongo a un lado, con gran reverencia, el nombre de Heráclito. |
Al margen del resto de los filósofos-enterradores coloca Nietzsche a
Heráclito, por su defensa de los sentidos, del devenir, del cambio, de
la apariencia frente a la lógica de la identidad de Parménides y la
Escuela de Elea.
Mientras que el resto del pueblo de los filósofos rechazaba el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban pluralidad y modificación, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas como si tuvieran duración y unidad. |
El “pueblo de los filósofos” rechazó desde el principio el testimonio
de los sentidos porque mostraban pluralidad y modificación. Podemos ver
un claro ejemplo de esto en las argumentaciones de Parménides en contra
de la realidad de aquello que o bien es múltiple o bien cambia. Además,
obsérvese que aquí Nietzsche utiliza la palabra “pueblo” en el sentido
despectivo que le es particular.
Sin embargo, tampoco Heráclito creyó en los sentidos porque pensaba
que no mostraban suficientemente el cambio constante que ocurre en el
mundo. Para Heráclito “no es posible bañarse dos veces en el mismo río”
pero nuestros sentidos nos hacen pensar que el mismo río permanece
siempre ahí.
También Heráclito fue injusto con los sentidos. Estos no mienten ni del modo como creen los eléatas ni del modo como creía él, —no mienten de ninguna manera. |
Según Nietzsche, los sentidos no mienten en absoluto, ni como Heráclito, ni los como los eléatas pensaban
Lo que nosotros hacemos de su testimonio, eso es lo que introduce la mentira, por ejemplo, la mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la duración… |
El origen de los conceptos metafísicos no está en la información que
nos aportan los sentidos sino en lo que nosotros hacemos luego con dicha
información. Somos nosotros los que introducimos las mentiras de la
unidad, coseidad, sustancia y duración para dar consistencia a un mundo
que es permanente y perpetuo cambio.
Es interesante observar como utiliza Nietzsche la palabra duración.
Primero, dos párrafos más arriba, la duración es una de las causas por
las que Heráclito desprecia a los sentidos puesto que estos nos muestran
cosas que duran en el tiempo cuando en realidad lo que hay es cambio:
el mismo río perdura según nuestros sentidos aunque de hecho ya no sea
en absoluto el mismo. Segundo, frente al radicalismo de Heráclito,
Nietzsche defiende a los sentidos y, por tanto, la duración y la unidad
que estos nos muestran. Tercero, en este párrafo, Nietzsche habla de la
mentira de la duración, equiparándola a la mentira de la sustancia, la
unidad y la coseidad.
La “razón” es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Mostrando el devenir, el perecer, el cambio, los sentidos no mienten… |
El origen del error metafísico está en la razón: es ésta la que
falsea la información de los sentidos introduciendo las mentiras de la
coseidad, la sustancia y la duración. Es decir, los sentidos nos
muestran devenir, perecer, cambio y la razón, asustada por la fugacidad
del tiempo, introduce la permanencia, eternidad e inmutabilidad en el
ser.
Pero Heráclito tendrá eternamente razón al decir que el ser es una ficción vacía. |
A pesar del desacuerdo con Heráclito acerca del testimonio de los
sentidos Nietzsche plantea una acuerdo básico con él: el ser de los
filósofos es una invención llevada a cabo por la razón. No es real
El mundo “aparente” es el único: el “mundo verdadero” no es más que un añadido mentiroso… |
Lo real es el devenir, el perecer, el
cambio, lo que la tradición filosófica ha llamado desde Platón y
Parménides el “mundo aparente” contraponiéndolo a un falso “mundo
verdadero”.
c) Los sentidos. La nariz. La ciencia. Metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento. lógica y matemáticas.
3 —¡Y qué sutiles instrumentos de observación tenemos en nuestros sentidos! |
Nietzsche, frente a la tradición filosófica occidental de carácter
platónico, se esfuerza en una revalorización de los sentidos, al igual
que Heráclito.
Esa nariz, por ejemplo, de la que ningún filósofo ha hablado todavía con veneración y gratitud, es hasta este momento incluso el más delicado
de los instrumentos que están a nuestra disposición: es capaz de
registrar incluso diferencias mínimas de movimiento que ni siquiera el
espectroscopio registra. |
En
Ecce homo dice Nietzsche a propósito de su “nariz”: “
Mi
instinto de limpieza posee una susceptibilidad realmente inquietante,
de modo que percibo fisiológicamente -huelo- la proximidad o -¿qué
digo?- lo más íntimo, las “vísceras” de toda alma… Esta sensibilidad me
proporciona antenas psicológicas con las que palpo todos los secretos y
los aprisiono con la mano: ya casi al primer contacto cobro consciencia
de la mucha suciedad escondida en el fondo de ciertas naturaleza, debida
acaso a la mala sangre, pero recubierta de barniz por la educación.” (p. 33) “
Yo
soy el primero que ha descubierto la verdad, debido a que he sido el
primero en sentir – en oler – la mentira como mentira… Mi genio está en
mi nariz.” (p. 123). Nietzsche acusa a la civilización occidental
de esconder tras sus grandes ideas (Dios, el Bien, la Verdad…) una
tendencia antivital, una renuncia a este mundo, un afán de otro mundo.
Está claro que lo contrario de la vida de este mundo es la muerte y lo
propio de los muertos es oler fatal. Por eso Nietzsche dice que su nariz
le ha inspirado toda su filosofía porque ha sido capaz de oler la
podredumbre que se oculta tras las bellas Ideas de Occidente.
Hoy nosotros poseemos ciencia exactamente en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos, —en que hemos aprendido a seguir aguzándolos, armándolos, pensándolos hasta el final. |
El testimonio de los sentidos es el origen de la verdad científica:
el método de la triunfante nueva ciencia instaurada por Galileo se
fundamenta en el valor concedido a la experiencia, una experiencia que
es continuamente mejorada mediante instrumentos de observación cada vez
técnicamente más perfectos.
El resto es un aborto y todavía-no-ciencia: quiero decir, metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento. |
Nietzsche critica abiertamente todo conocimiento no basado en los
sentidos puesto que es o bien un aborto, un conocimiento imposible y
monstruoso muerto antes de nacer, como puede ser la metafísica o la
teología, o bien un saber que todavía no ha alcanzado el grado de
ciencia pero que pudiera llegar a hacerlo en el futuro, como la
psicología o la teoría del conocimiento.
O ciencia formal, teoría de los signos: como la lógica, y esa lógica aplicada, la matemática.
En ellas la realidad no llega a aparecer, ni siquiera como problema; y
tampoco como la cuestión de qué valor tiene en general ese
convencionalismo de signos que es la lógica.— |
Otra posibilidad de conocimiento que no
está basado en el testimonio de los sentidos es el propio de las
ciencias formales como las matemáticas y la lógica que evidentemente no
roza en absoluto el problema de la realidad.
d) Otra idiosincrasia: lo último y lo primero. Conceptos supremos. Causa sui. Dios. Enfermos tejedores de telarañas.
4La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y lo primero. |
La primera idiosincrasia de los filósofos es su egipticismo, su
“mímica de sepultureros”. La otra peculiaridad de la tradición
filosófica es también muy peligrosa. Consiste en confundir lo último con
lo primero. Lo último son los conceptos metafísicos que necesariamente
son posteriores a nuestra experiencia sensible: es evidente que la idea
de Belleza es una generalización posterior a nuestra visión de los
cuerpos bellos, de las acciones bellas, etc. Sin embargo, el filósofo
coloca la idea de Belleza como lo primero, es decir, como causa de los
cuerpos y las acciones bellas. Esta es la esencia de la teoría de las
ideas de Platón: las cosas son lo que son porque participan o imitan a
las Ideas. La metafísica, tal como Nietzsche la ve, es de hecho el mundo
al revés, el mundo invertido.
Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final—¡por desgracia!—, ¡pues no debería siquiera venir!—los “conceptos supremos“, es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora. |
La tradición filosófica desde Platón coloca los conceptos al
comienzo. Los conceptos, que en verdad no son nada real sino meras
generalizaciones, devienen causa y origen de la verdadera realidad.
Estos conceptos no son más que el “último humo” de la realidad. Para
explicar esta metáfora basta pensar en qué queda de la Idea de Belleza
cuando le sustraemos la realidad tangible de un cuerpo bello.
Esto es, una vez más, sólo expresión de su modo de venerar: a lo superior no le es lícito provenir de lo inferior, no le es lícito provenir de nada… |
Para venerar, para honrar, para “adorar” a los conceptos el filósofo
niega que los conceptos tengan su origen en el mundo sensible, en lo
inferior. Los conceptos son eternos, no tienen su origen en nada.
Obsérvese aquí otro rasgo de la teoría platónica de las Ideas: Las Ideas
son anteriores a sus imitaciones en el mundo sensible.
Moraleja: todo lo que es de primer rango tiene que ser causa sui [causa de sí mismo]. |
Para que los conceptos puedan ser comienzo de un modo absoluto han de
ser causa de sí mismos, causa sui. Así las Ideas platónicas que se
imponen incluso sobre el Demiurgo.
El proceder de algo distinto es considerado como una objeción, como algo que pone en entredicho el valor. |
Tener su origen en algo distinto, por ejemplo, en el mundo sensible hace que el concepto se devalúe.
Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto —ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa sui. |
Todos los conceptos supremos, todos los valores supremos son
causa sui:
lo existente (lo que realmente es en contraposición a lo que es mera
sombra o engaño, el interior de la caverna platónica), lo incondicionado
(el
noumenon kantiano en contraposición a la apariencia
fenoménica), lo bueno, lo verdadero, lo perfecto… nada de esto puede
estar sujeto al devenir, al tiempo, han de ser realidades eternas.
Mas ninguna de esas cosas puede ser tampoco desigual una de otra, no
puede estar en contradicción consigo misma… Con esto tienen los
filósofos su estupendo concepto “Dios“… |
Todos los conceptos supremos han de coincidir en uno que los reúna a todos: Dios.
Lo último, lo más tenue, lo mas vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum [ente realísimo]… |
El mundo al revés. Dios, lo último de lo último, es colocado como lo
primero. Lo menos real, “el último humo”, es ahora ente realísimo.
¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas!—¡Y lo ha pagado caro!… |
Nietzsche aprovecha lo dicho en el primer
párrafo sobre el egipticismo de los filósofos para golpear con el
martillo. Los filósofos son como las arañas que atrapan a sus víctimas y
luego les chupan la vida hasta dejarlas secas. Así actúan los filósofos
con la realidad, terminan matándola en favor de un mundo que no existe.
Nihilismo y resentimiento en acción: eso es la filosofía.
e) La apariencia. El error: Los
sentidos: La razón. El lenguaje. Psicología primitiva, fetichismo: el yo
y la voluntad, “ser” y “cosa”. Filosofía griega: Platón, las categorías
de la razón, la empiria. Eléatas, Demócrito. Dios y la gramática.
5 —Contraponemos a esto, por fin, el modo tan distinto como nosotros (— digo nosotros por cortesía…) vemos el problema del error y de la apariencia. |
Nietzsche expone en este parágrafo su opinión sobre el problema
clásico de la metafísica: la dualidad realidad/apariencia. Obsérvese de
nuevo la ironía del “nosotros”, pura cortesía.
En otro tiempo se tomaba la modificación, el cambio, el devenir en general como prueba de apariencia, como signo de que ahí tiene que haber algo que nos induce a error. |
Critica a la tradición filosófica dominada por el platonismo. Antes
el error y la apariencia se creía que estaban del lado de lo cambiante,
del devenir. Piénsese una vez más en la tradición Parménides, Platón,
Descartes…
Hoy, a la inversa, en la exacta medida en que el prejuicio de la razón nos fuerza a asignar unidad, identidad, duración, sustancia, causa, coseidad, ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el error, necesitados del error; |
Tras la crisis de la metafísica y la muerte de Dios es evidente para
Nietzsche, que el error está allí donde el prejuicio de la razón nos
obliga a hablar de unidad, identidad, sustancia, cosa, duración. Estas
categorías de la razón son un error, una apariencia en la que estamos
atrapados, de la que estamos necesitados para sobrevivir. Para Nietzsche
la única justificación de las categorías de la razón es su capacidad
para favorecer la vida, para conservar la especie. Es Nietzsche a este
respecto un claro defensor del pragmatismo.
aun cuando basándonos en una verificación rigurosa, dentro de nosotros estemos muy seguros de que es ahí donde está el error. |
A pesar de que las categorías de la razón nos sean útiles no cabe
duda de que tras una verificación rigurosa observaríamos que son ellas
las que hablan de un mundo engañoso, aparente. El mundo verdadero es un
mundo cambiante, devenir perpetuo y las categorías de la razón no son
más que un boceto del mundo que utilizamos como guía pero que no tiene
fundamento alguno de verdad.
Ocurre con esto lo mismo que con los movimientos de una gran constelación: en éstos el error tiene como abogado permanente a nuestro ojo, allí a nuestro lenguaje. |
Para aclarar estas consideraciones Nietzsche expone una metáfora muy
clara: al igual que cuando contemplamos el movimiento de una
constelación nuestro ojo nos engaña sistemáticamente haciéndonos creer
que es la constelación quien se mueve, en el problema
realidad/apariencia el abogado permanente de nuestro error es el
lenguaje.
Por su génesis el lenguaje pertenece a la época de la forma más rudimentaria de psicología: penetramos en un fetichismo grosero cuando adquirimos consciencia de los presupuestos básicos de la metafísica del lenguaje, dicho con claridad: de la razón. |
Así, el lenguaje nace al tiempo que la psicología rudimentaria del
hombre primitivo. De éstos no podía esperarse más que un fetichismo
grosero, es decir, una vida espiritual dominada por la idolatría y la
superstición. Pero en lugar de superar este estado hemos perpetuado la
adoración a esos falsos ídolos que subyacen a nuestro lenguaje y a la
razón. Obsérvese cómo Nietzsche vuelve a comparar a los filósofos con
una tribu primitiva ansiosa por adorar a sus ídolos.
Ese fetichismo ve en todas partes agentes y acciones: cree que la voluntad es la causa en general; cree en el “yo“, cree que el yo es un ser, que el yo es una sustancia, y proyecta sobre todas las cosas la creencia en la sustancia-yo—así es como crea el concepto de “cosa“… |
El primer dato evidente que el sujeto percibe es su propio yo, una
voluntad, una causa que produce efectos. Es decir, percibimos el yo como
algo que permanece en nosotros debajo de los cambios que nos afectan.
Este primer dato se convierte en un fetiche y es aplicado a todo lo que
nos rodea. Como ejemplo podemos pensar en los dioses de la mitología:
cualquier fenómeno de la naturaleza era interpretado como el producto de
un yo (un dios) que lo provocaba. Esta extensión del yo a todo lo que
ocurre en el mundo es el origen del concepto “ser” o “cosa”, de algo que
permanece debajo de los cambios, y se expresa en el lenguaje en la
estructura sujeto-predicado.
El ser añadido con el pensamiento, es introducido subrepticiamente en todas partes como causa; del concepto “yo” es del que se sigue, como derivado, el concepto “ser“… |
Introducimos el ser en el mundo porque en todo terminamos viendo una
sustancia-causa (derivado del yo-causa) que es sujeto de los accidentes,
sus efectos.
Al comienzo está ese grande y funesto error de que la voluntad es algo que produce efectos,— de que la voluntad es una facultad… Hoy sabemos que no es más que una palabra… |
Al comienzo del error metafísico está no sólo el error del lenguaje
sino también el error de la voluntad, ese prejuicio primitivo,
rudimentario por el que pensamos que somos sujetos que “duran”,
permanecen, causas de nuestras acciones. Hoy, afirma Nietzsche, sabemos
que la voluntad no es más que una palabra. Ya conocemos las críticas de
Nietzsche a la idea de voluntad libre: ésta junto con la idea de pecado
no es más que un invento de los teólogos para poder culpar y castigar.
Nietzsche entiende que cada individuo es un fragmento de destino.
Mucho más tarde, en un mundo mil veces más ilustrado, llegó a la consciencia de los filósofos, para su sorpresa, la seguridad, la certeza subjetiva en el manejo de las categorías de la razón: ellos sacaron la conclusión de que esas categorías no podían proceder de la empiria,—la empiria entera, decían, está, en efecto, en contradicción con ellas. |
Más tarde, cuenta Nietzsche, en un mundo mil veces más ilustrado, la
Grecia clásica, les pareció que tales conceptos, las categorías de la
razón (sustancia, causa, unidad…) no podían provenir de la experiencia,
de la empiria, pues lo que los sentidos mostraban era diferencia,
devenir, y lo que esos conceptos expresaban era semejanza, unidad,
eternidad.
¿De dónde proceden, pues?—Y tanto en India como en Grecia se cometió el mismo error: “nosotros tenemos que haber habitado ya alguna vez en un mundo más alto (—en lugar de en un mundo mucho más bajo: ¡lo cual habría sido la verdad!), nosotros tenemos que haber sido divinos. ¡Pues poseemos la razón!”… |
Como solución se propuso la anámnesis platónica: los metafísicos
pensaron que el hombre, para conocer tales conceptos, tuvo que haber
habitado en un mundo mucho más alto, el mundo de las Ideas. Para
Nietzsche este mundo no es más alto sino más bajo pues es el producto
del resentimiento hacia la vida, es el producto de una voluntad débil,
de una vida decadente.
De hecho, hasta ahora nada ha tenido una fuerza persuasiva más ingenua que el error acerca del ser, tal como fue formulado, por ejemplo, por los eléatas: ¡ese error tiene en favor suyo, en efecto, cada palabra, cada frase que nosotros pronunciamos! |
El error de la razón, el error del “ser”, tiene su origen en el
lenguaje y cada frase que pronunciamos lo refuerza puesto que el
lenguaje no se adapta a la diferencia que nos muestran los sentidos sino
que se esfuerza en ponerla entre paréntesis para quedarse con la
sustancia, con la esencia. Es decir, los conceptos buscan lo semejante,
la unidad olvidando la pluralidad, el devenir, el cambio. Desde el
momento en que empezamos a hablar ya disguimos sujeto de predicado
siendo el sujeto aquello que permanece, que no cambia. Pensemos también
en la palabra yo, es un concepto que designa mi identidad, aquello que
permanece de mí a través del tiempo. El lenguaje es es el origen del
error acerca del ser.
También los adversarios de los eléatas sucumbieron a la seducción de su concepto de ser: entre otros Demócrito, cuando inventó su átomo… |
Parménidessucumbió a este error y también Demócrito pues aunque
pertenecieron a escuelas opuestas identificar el ser como aquello que
permanece y no cambia. Parménides, de la Escuela de Elea seducida por la
religión y las matemáticas, y Demócrito, de la Escuela Jónica,
materialista y científica, concluyeron igual, es decir, que el ser no
era lo que se daba a los sentidos sino inmutable, eterno, verdadero,
perfecto. Estas son características que comparten tanto el ser de
Parménides como el átomo de Demócrito.
La “razón” en el lenguaje: ¡oh, que vieja hembra engañadora! Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática… |
Ya que el origen del error metafísico es
es la razón oculta en el lenguaje Nietzsche usa una comparación bastante
misógina para ridiculizarlo. Ese razón “habladora” que inventa el ser
es comparado con esas viejas de iglesia, tan familiares a Nietzsche, que
no hacen sino difundir falsedades y calumnias.
Termina Nietzsche con una ironía: Dios,
el ser o sustancia por excelencia, es consecuencia del error metafísico
que tiene su origen en el lenguaje y la razón. Nietzsche cree que no
podremos prescindir de Dios mientras sigamos usando el lenguaje. Estamos
cogidos por el error metafísico del mismo modo en que Kant hablaba de
la ilusión trascendental: no conocemos la respuesta a las preguntas
metafísicas pero no podemos dejar de hacerlas.
f) Cuatro tesis. Primera: mundo
aparente. Segunda: “mundo verdadero” ilusión óptico-moral. Tercera:
venganza contra la vida. Cuarta: vida descendente. El artista ama la
apariencia, es dionisíaco.
6 Se me estará agradecido si condenso un conocimiento tan esencial, tan nuevo, en cuatro tesis: así facilito la comprensión, así provoco la contradicción. |
Nietzsche expone lo dicho hasta aquí en cuatro tesis para facilitar
la comprensión y provocar la controversia. El estilo literario de
Nietzsche no es expositivo, es retórico, polemista, persuasivo.
Primera tesis. Las razones por las que “este” mundo ha sido calificado de aparente fundamentan, antes bien, su realidad—otra especie distinta de realidad es absolutamente indemostrable. |
Primera tesis: Según Parménides y Platón este mundo es sólo
apariencia porque está afectado por el cambio. Para Nietzsche esto, más
que una prueba en contra, es en realidad un argumento a favor puesto que
el único mundo que conocemos es el que cambia. Una realidad diferente,
el verdadero Ser, el mundo de las Ideas, es indemostrable puesto que no
ha estado ni está ni estará a nuestro alcance.
Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido asignados al “ser verdadero” de las cosas son los signos distintivos del no-ser, de la nada,—a base de ponerlo en contradicción con el mundo real es como se ha construido el “mundo verdadero“: un mundo aparente de hecho, en cuanto es meramente una ilusión óptico-moral. |
Segunda tesis: Los signos distintivos del “mundo verdadero” (eterno,
inmutable, perfecto…) son signos del no-ser, de la nada, puesto que se
le han otorgado por negación de lo que podemos ver en “este” mundo. Ese
“mundo verdadero” es una ilusión óptico-moral. Esto es, una ilusión,
porque no existe o es fruto de nuestro lenguaje, y moral, porque su
origen está en la condena de la vida.
Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de “otro” mundo distinto de éste no tiene sentido, presuponiendo que no domine en nosotros un instinto de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la vida: en este último caso tomamos venganza de la vida con la fantasmagoría de “otra” vida distinta de ésta, “mejor” que ésta. |
Tercera tesis: Creer en el “mundo verdadero” es un síntoma de
venganza contra esta vida, es síntoma dominada por un instinto de
calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la verdadera vida.
Nietzsche se refiere aquí a lo que hemos llamado el origen psicológico
de la metafísica.
Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo “verdadero” y en un mundo “aparente”, ya sea al modo del cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un cristiano alevoso), es únicamente una sugestión de la décadence,—un síntoma de vida descendente… |
Cuarta tesis: Creer en el “mundo verdadero”, ya sea al modo cristiano
(fe), ya sea al modo kantiano (razón práctica) es un síntoma de vida
descendente, de una vida incapaz de soportar lo problemático y terrible
que hay en “este mundo”. Obsérvese que Kant es calificado de cristiano
alevoso: de un modo premeditado había negado las Ideas de la Razón en su
Crítica de la Razón Pura para después recuperarlas como postulados de la razón práctica.
El hecho de que el artista estime más la apariencia que la realidad no constituye una objeción contra esta tesis. Pues “la apariencia” significa aquí la realidad una vez más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida… El artista trágico no es un pesimista — dice precisamente sí incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco… |
El hecho de que el artista ame más la
apariencia que el mundo real no significa que se coloque del lado de la
metafísica y del cristianismo. El artista trágico ama la apariencia en
el sentido en que dice sí a lo terrible de la vida, es dionisíaco. El
arte es el más alto poder de lo falso, magnifica el mundo como error,
santifica la mentira. En la apariencia del arte, la vida misma se
transfigura. El artista es el que intenta abrir nuevas posibilidades en
el mundo, el que intenta hacer de la vida una obra de arte .
2. Cómo el “mundo verdadero” acabó convirtiéndose en una fábula
Este capítulo es una breve historia de la
filosofía al hilo de la contraposición “mundo real”/”mundo aparente”.
Al igual que en el capítulo anterior se realiza una severa crítica a la
metafísica u ontología ya que, según Nietzsche, está infectada de
platonismo. Es decir, que ha creado un supuesto mundo verdadero para
escapar a lo problemático y terrible de este mundo. Ese “mundo
verdadero”, totalmente ajeno a los sentidos, es considerado el primero,
el perfecto, el sublime, cuando en realidad es nada, no-ser. Nietzsche
examina en este breve capítulo cómo ha ido degenerando el mundo de las
Ideas de Platón propuesto por Platón en sucesivas fases. Estas seis
etapas son: Platón, Cristianismo, Kant, Ilustración, Positivismo,
Nihilismo y Zaratustra.
a) Comienzos del siglo IV, en Atenas: Platón.
Historia de un error
1.
El mundo verdadero, asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso,—él vive en ese mundo, es ese mundo.
(La forma más antigua de la Idea, relativamente inteligente, simple, convincente. Transcripción de la tesis “yo, Platón, soy la verdad”.) |
Platón: Primera formulación del error: el
mundo de las “Ideas”. Este mundo “verdadero” es asequible al sabio y al
virtuoso. Recuérdese la conexión socrática entre saber y virtud: sólo
quien conoce la Idea del Bien puede actuar virtuosamente. El acceso al
“mundo verdadero” implica la renuncia a este mundo de apariencias, la
huida de la caverna. El filósofo vive en ese mundo de Ideas, es ese
mundo.
En este primer momento, debido al genio
de Sócrates y Platón, el “mundo verdadero” es una hipótesis simple y
convincente. Su único fundamento es la altura intelectual de sus
fundadores: de ahí la máxima “yo, Platón, soy la verdad”.
b)Temprana Edad Media: Cristianismo.
2. El mundo verdadero, inasequible por ahora, pero prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso (“al pecador que hace penitencia“). |
(
Progreso de la Idea: ésta se vuelve más
sutil, más
capciosa, más
inaprensible,—se convierte en una
mujer, se hace
cristiana…)
El platonismo se funde con el
cristianismo. Pero, a causa de esta fusión, la relación entre el hombre y
el otro mundo mediante la razón se debilita poco a poco, hasta llegar a
ser sustentada sólo por la fe. De esta manera, el mundo verdadero se
aleja, se hace inaccesible “ahora”, y es prometido tras la muerte al que
hace penitencia.
El mundo de las Ideas es simplemente una
promesa nunca cumplida. La idea se vuelve “más sutil, más capciosa, más
inaprensible” , se convierte en “mujer”. Obsérvese el machismo chabacano
de Nietzsche al entender que la naturaleza femenina consiste en una
promesa sexual nunca cumplida.
c) Siglo XVIII europeo: Ilustración
3. El mundo verdadero, inasequible, indemostrable, imprometible, pero, ya en cuanto pensado, un consuelo, una obligación, un imperativo. |
(En el fondo, el
viejo sol, pero visto a través de la
niebla y el
escepticismo; la
Idea,
sublimizada,
pálida,
nórdica,
konigsberguense.)
La Ilustración y Kant demostraron que las
bases teóricas del error metafísico platónico-cristiano eran falsas. La
única realidad es la Naturaleza. Para Kant el límite del conocimiento
está marcado por la experiencia sensible. El mundo inteligible, el mundo
de las ideas, es indemostrable e imprometible. Pero este mundo no
desaparece totalmente. En cuanto el hombre no es sólo un fenómeno
natural sino también un ser moral está legitimado a “postular” (pensar)
la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y su propia libertad
pues nuestra naturaleza moral no puede sostenerse sin estos “consuelos”.
La existencia de Dios se sostiene por el imperativo moral.
Éste es el mismo sol de Platón en cuya
alegoría de la caverna el sol es el símbolo de la Idea suprema. Pero la
Idea se ha debilitado demasiado. Al principio era objeto directo del
conocimiento, luego sólo prometida y ahora es sólo un postulado de la
razón práctica, un objeto de “fe racional”, un sinsentido. El viejo sol,
visto a través de la niebla del escepticismo ilustrado, de la niebla de
Königsberg, la ciudad donde nació y vivió Kant.
d) Mediados del siglo XIX: Positivismo.
4. El mundo verdadero—¿inasequible? En todo caso, inalcanzado. Y en cuanto inalcanzado, también desconocido. Por consiguiente, tampoco consolador, redentor, obligante: ¿a qué podría obligarnos algo desconocido?… |
(
Mañana gris. Primer bostezo de la razón. Canto del gallo del
positivismo.)
Impera el método científico como el único
modo verdadero de conocimiento. El positivismo toma en serio la idea de
Kant de que el conocimiento no puede ir más allá de la experiencia
sensible y atribuye sus postulados de la razón práctica a inconfesables
prejuicios teológicos. El “mundo verdadero” más allá de los sentidos
queda como algo inalcanzado y desconocido. Y, por tanto, tampoco se
sostiene la razón práctica kantiana: ya ni obliga, ni consuela, ni
redime. Es decir, sin el consuelo de Dios y la inmortalidad del alma qué
sentido tiene el deber.
Es el primer bostezo de la razón.
Comienza a salir de nuevo la luz, comienza a despejarse la oscuridad
creada por Platón, y la razón despierta de su sueño dogmático.
e) Nihilismo activo: Nietzsche.
El
“mundo verdadero”—una Idea que ya
no sirve para nada, que ya ni siquiera
obliga,—una Idea que se ha vuelto
inútil,
superflua, por consiguiente una Idea
refutada: ¡
eliminémosla!
(Día
claro;
desayuno; retorno del
bon sens [buen sentido] y de la
jovialidad;
rubor avergonzado de
Platón; ruido endiablado de todos los
espíritus libres.)
Aparece Nietzsche, que comienza a hacer
ver que la historia del mundo “verdadero” es la historia de un error.
Esta es la época en que inicia su crítica a la metafísica, representada
por Humano, demasiado humano (1878), El paseante y su sombra (1879) , Aurora (1881) y La ciencia jovial
(1882). El primero de ellos está dedicado a los espíritus libres. Ante
la inutilidad de la Idea, que ni siquiera obliga, se toma la decisión de
eliminarla. Este es el nihilismo activo: destrucción de todos los
valores suprasensibles heredados de Platón. Retorna el buen sentido, es
decir, la asunción de que el único mundo que hay es éste en que vivimos y
que el otro, el mal llamado “verdadero”, no era más que una carga.
“Ruido endiablado de los espíritus libres”, “rubor avergonzado de
Platón”. Es el momento del león.
f) INCIPIT ZARATUSTRA.
6. Hemos eliminado el mundo verdadero: ¿qué mundo ha quedado?, ¿acaso el aparente?… ¡No!, ¡al eliminar el mundo verdadero hemos eliminado también el aparente! |
(
Mediodía; instante de la
sombra más corta; final del
error más largo; punto culminante de la humanidad; INCIPIT
ZARATHUSTRA[comienza Zaratustra] .)
Comienza Zarathustra: Llega la obra cumbre de Nietzsche Así habló Zaratustra
(1883). Toda la metafísica occidental se había construido sobre un
“mundo verdadero” imaginario pero que nos servía para orientarnos en el
mundo de lo sensible. Es decir, nuestros criterios epistemológicos y
morales provenían de ese “mundo verdadero”: el verdadero conocimiento
era el conocimiento de las Ideas, el buen comportamiento era el
comportamiento afín a la Idea del Bien. Pero ¿y qué hacer tras la
desaparición de las Ideas? ¿qué hacer tras la muerte de Dios? ¿qué es
verdadero? ¿qué falso? ¿qué esta bien? ¿qué está mal? Tras haber
eliminado el “mundo verdadero” hemos eliminado ya no sabemos qué hacer
en el “aparente”.
En este momento, surge Zarathustra, con
su doctrina del eterno retorno y el superhombre. Es el momento de la
sombra más corta, es decir, donde ya no hay engaños, donde todo se
muestra tal como es. Es el momento del fin del error más largo, es el
momento de la verdad. La afirmación del eterno retorno convierte la vida
en lo absoluto y nos libera de las pesadas cadenas de la metafísica
platónico-cristiana.