La voluntad de poder (der Wille zur Macht)
La muerte de Dios como reconocimiento de ausencia de sentido es la condición para que pueda surgir la presencia del devenir que no ha de justificarse fuera de sí por ningún sentido trascendente. Esta nueva perspectiva, que es la del superhombre, es la que se expresa como voluntad de poder o esencia de la vida, y como pluralidad de perspectivas. De ahí que, metafóricamente, Nietzsche defienda al politeísmo, ya que es expresión de pluralidad contrapuesta al ideal de unidad del monoteísmo. Pero la voluntad de poder de Nietzsche se opone a la mera voluntad de vivir de Schopenhauer (ver texto ). Para este último autor la voluntad (de vivir) es un ciego impulso cósmico irracional que domina toda la naturaleza y se manifiesta en todos sus dominios, persiguiendo solamente su perpetuación. Por ello, Schopenhauer considera la necesidad de apartarse de este impulso y renunciar a él a la manera del ascetismo budista. Para Nietzsche la posición pesimista de Schopenhauer es todavía expresión de una actitud reactiva y resentida contra la vida. El impulso vital es expresión de la voluntad de poder, que siempre aspira a más. La vida, entonces, es un caso particular de este vasto impulso que es la voluntad de poder, concebido por Nietzsche, a la vez, como biológico, orgánico y -en la medida en que la cultura no sea ya reacción contra la vida- expresión de la consumación y superación del nihilismo. Toda fuerza impulsora es voluntad de poder que, en este sentido, es la esencia misma del ser, y que, como principio afirmador, está situado más allá del bien y del mal .
¿Y sabéis, en definitiva, qué es para mí «el mundo»? ¿Tendré aún que mostrároslo en mi espejo?... Este mundo es un monstruo de fuerza, sin principio ni fin; es una suma fija de fuerza dura como el bronce, que no se hace más grande ni más pequeña, que no se gasta, sino que se transforma, y cuya totalidad es una magnitud invariable, una economía sin gastos ni pérdidas, pero también sin incremento; encerrada dentro de la «nada» como su límite, sin ninguna cosa flotante, sin desgaste sin extensión infinita, inserta como una fuerza determinada en un espacio determinado y no en un espacio que abarcaría el «vacío»; es una fuerza que se encuentra en todas partes, una y múltiple como un juego de fuerzas y de ondas de fuerza perpetuamente agitadas, eternamente en cambio, en reflujo continuo, con gigantescos años que se repiten regularmente, flujos y reflujos de sus formas, que van desde las más simples a las más complicadas, de las más tranquilas, de las más fijas, a las más frías, a las más ardientes, más violentas, más contradictorias, para volver en seguida de la multiplicidad a la simplicidad, del juego de los contrastes a la necesidad de armonía, afirmando su ser en esa regularidad de ciclos y años glorificándose a sí mismo en la santidad de lo que debe tornar eternamente, como un devenir que no conoce ni la saciedad, ni el disgusto, ni el cansancio. Este es mi universo dionisíaco que se crea y se destruye perpetuamente a sí mismo; ese enigmático mundo de la doble voluptuosidad, éste es mi «más allá del bien y del mal», sin fin, a menos que no sea un fin la felicidad de haber cumplido el ciclo, sin voluntad, a menos que un anillo no pruebe su buena voluntad de girar eternamente sobre sí mismo y nada más que sobre sí mismo, en su propia órbita. Ese es el universo mío, ¿quién es pues lo suficientemente lúcido como para exponer su alma a este espejo? ¿O para oponer su propia solución al enigma de Dionisio? Y aquel que fuese capaz de ello, ¿no debería hacer más todavía? ¿No debería casarse con el «ciclo de los ciclos», jurar su propio retorno, aceptar el ciclo que eternamente se bendecirá y afirmará a sí mismo, con la voluntad de querer todas las cosas de nuevo, de ver tornar todo lo que ha sido, de ver marchar todo lo que debe ser siempre? ¿Sabéis ahora que es el mundo para mí, y lo que yo quiero, cuando quiero este mundo?
¿Queréis un nombre para este universo, una solución para todos sus enigmas? ¿Queréis en suma una luz para vosotros, los más tenebrosos, los más fuertes, los más intrépidos de todos los espíritus? Este mundo, es el mundo de la voluntad de poder y nada más. Y vosotros sois también esa voluntad de poder, y nada más. [...]
Si es verdad que la naturaleza íntima del Ser es la voluntad de poder, si todo aumento de poder es placer, si todo sentimiento de no poder resistir, de no poder dominar es dolor, ¿no deberíamos considerar entonces el placer y el dolor como hechos cardinales? ¿Puede existir la voluntad sin esta doble oscilación del sí y el no? Pero ¿quién siente el placer?... Tales preguntas son totalmente absurdas, si el Ser es en sí mismo voluntad de poder, y, por consiguiente, ¡sensación de placer y dolor! Sin embargo, tiene necesidad de contradicciones, resistencias; por lo tanto, relativamente, de unidades que se sobreponen a él...
La Voluntad de Poder, libro II, § 51 y § 54. De la selección de textos En torno a la Voluntad de Poder, Península, Barcelona 1973, p.120-122.
Esta noción, pues, carece de cualquier clase de connotación política. No se trata de un deseo de poder político, o de un afán de dominio social, sino que expresa solamente el dinamismo del cual la vida es su manifestación, no sometido a ningún poderío exterior, a ningún dios, ni a ningún valor superior al de la propia vida. La voluntad de poder no consiste en ningún anhelo ni en ningún afán de apoderarse de nada ni de dominar a nadie, sino que es creación; es el impulso que conduce a hallar la forma superior de todo lo que existe y afirmar el eterno retorno, que separa las formas superiores, afirmativas, de las formas inferiores o reactivas .
Aun admitiendo que no nos sea dado nada «real» fuera de nuestro mundo de deseos y pasiones; que no podamos alcanzar «realidad» más alta o más profunda que la de nuestros instintos --pues el pensamiento no expresa más que la relación de nuestros instintos entre sí--, ¿no sería lícito aventurar esa pregunta: «Este mundo dado, no bastaría para comprender, a partir de lo que es semejante, el mundo que se llama mecánico (o material)»? No quiero decir comprenderlo como una ilusión, una «apariencia», una «representación», en el sentido de Berkeley o de Schopenhauer, sino como una realidad del mismo orden que nuestras pasiones mismas, un mundo en el que se haya englobado en una poderosa unidad todo lo que en el proceso orgánico se ramifica y se diferencia (y, por lo tanto, se afina y se debilita), como una especie de vida instintivamente en la que todas las funciones orgánicas: autorregulación, nutrición, secreción, cambios orgánicos, se hallan sintéticamente ligadas y confundidas entre sí, en resumen, una forma previa de vida. No sólo es lícito aventurar esa pregunta, sino que lo exige la conciencia de nuestro método. No admitir diversas clases de causalidad, hasta que no se haya intentado resolver por medio de una sola, sin haberla llevado hasta sus últimos límites (hasta el absurdo, si así puede decirse), es una exigencia moral del método a la que no tenemos el derecho de sustraernos; es verdad «por definición», como dicen los matemáticos. La cuestión, en fin, estriba en saber si consideramos la voluntad como realmente actuante, si creemos en la causalidad de la voluntad; si es así --y en el fondo es eso lo que implica nuestra creencia en la causalidad--, estamos obligados a hacer esa experiencia, a plantear por hipótesis como única causalidad la de la voluntad. La «voluntad», naturalmente, no puede obrar más que sobre una «voluntad», y no sobre una materia (sobre los «nervios», por ejemplo); en una palabra, hay que llegar a plantear que siempre que se constatan «efectos», es que una voluntad obra sobre una voluntad, y que todo proceso mecánico, en la medida en que manifiesta una fuerza actuante, revela precisamente una fuerza voluntaria, un efecto de la voluntad. Suponiendo, por último, que se llegase a explicar toda nuestra vida instintiva como el desarrollo interno y ramificado de una forma fundamental única de la voluntad --de la voluntad de poder, es mi tesis--; suponiendo que se pudiesen reducir todas las funciones orgánicas a esa misma voluntad de poder, y que ésta encerrase en sí, por lo tanto, la solución del problema de la procreación y de la nutrición --es un mismo y único problema--, habríamos adquirido el derecho de llamar a toda energía, cualquiera que fuese, voluntad de poder. El universo visto desde dentro, el mundo definido y designado por su «carácter inteligible», sería justamente «voluntad de poder», y nada más.
Más allá del bien y del mal, § 36. De la selección de textos En torno a la Voluntad de Poder, Península, Barcelona 1973, p.122-123.
__________________________________________________Diccionario Herder de Filosofía
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